Pars hereditatis meæ

Mons. Carlo Maria Viganò

Pars hereditatis meæ

Homilía sobre la Purificación de la Bienaventurada Virgen María

Dominus pars hereditatis meæ et calicis mei:
tu es qui restitues hereditatem meam mihi.

Sal 15, 5

 

El 2 de febrero, la Iglesia celebra la purificación de María santísima y la presentación al templo de Nuestro Señor Jesucristo. La fiesta, llamada Candelaria debido a las velas que se bendicen durante el rito, nació como una celebración mariana de carácter penitencial. En los tiempos antiguos de Roma, la procesión de San Adriano a Santa María la Mayor preveía que el Papa caminara descalzo y con ropas negras. Sólo con la reforma de Juan XXIII en 1962 se dio la preeminencia dada a la “dimensión cristológica”. Un alma de doctrina sólida y espiritualidad sana no considera la gloria del Hijo oscurecida por los honores que la Iglesia rinde a la Madre, porque sólo Él es el principio de toda la grandeza que celebramos en ella.

Según los preceptos de la Ley Antigua, las mujeres de Israel tenían que abstenerse durante cuarenta días de acercarse al tabernáculo y, al final de este período, tenían que ofrecer un sacrificio purificador que consistía en un cordero para ser consumido en el Holocausto, al que añadir una paloma o palomo, ofrendas por el pecado. Junto con la purificación, el mandamiento divino estipulaba que los primogénitos, que según la Ley fueron declarados propiedad del Señor, serían redimidos al precio de cinco siclos de veinte monedas cada uno.

Estos ritos de purificación de la mujer y redención del primogénito obviamente tampoco eran necesarios para María santísima, concebida sin mancha de pecado y custodiada siempre virgen antes, durante y después del parto; ni al Hijo de Dios, autor de la redención de la humanidad que cayó en Adán. Sin embargo, en los consejos del Altísimo, estos solemnes actos de obediencia a la Ley y sumisión voluntaria nos muestran la humildad de la Madre de Dios y de Su Hijo divino. En esa ocasión, el segundo templo de Jerusalén fue santificado, según la profecía, por la presencia del “deseado de todos los pueblos” (Ag 2, 7), que disuelve el lenguaje de Simeón en el cántico de nunc dimittis.

En este día, la Santa Iglesia en sus ritos tradicionales ofrece a sus hijos a la Majestad de Dios, consagrándolos a Su servicio a través de la Sagrada Tonsura y de las Ordenes Menores. Durante la ceremonia del corte de pelo, un signo de penitencia y renuncia a las vanidades del mundo, se canta una antífona de los Salmos:”Dominus pars hereditatis me’ et calicis mei: tu es qui restitues hereditatem meam mihi“(Sal 15, 5). Estas espléndidas palabras proclaman que el Señor es el garante de nuestra herencia, y el que nos lleva de vuelta a la plena posesión de lo que habíamos perdido con el pecado de Adán. Así, el clérigo, vestido con el amor blanco, dice:”Indue me, Domine, novum hominem, qui secundum Deum creatus est in justitia, et sanctitate veritatis“, recordando que en Cristo encontramos al hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y santidad de la verdad. Porque sólo a la luz de la Verdad, el atributo divino de la Santísima Trinidad, arde la llama de la verdadera Caridad. La caridad fraterna, que nos une unos a otros, a nuestros hermanos y hermanas, presupone la paternidad de Dios, sin la cual se corrompe en filantropía estéril, solidaridad humanista, hermandad masónica sombría.

El pasado 18 de enero, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica publicó una carta dirigida a todas las personas consagradas. Cualquiera que se imaginara encontrar, en un documento promulgado para el 25 día de la vida consagrada, alguna referencia doctrinal, moral o espiritual al misterio de la purificación de la Santísima Virgen María o la Presentación de Nuestro Señor al templo, sin duda estaría decepcionado. De hecho, se le haría creer que esa carta, escrita en una fría prosa burocrática, sale de los oficios orwellianos grises del Ministerio de la Verdad, y no del Dicasterio Romano que preside, en nombre del Romano Pontífice, a los Religiosos del Orbe Católico. Sin embargo, basta con desplazarse por el texto hasta el final para leer – en la parte inferior – las firmas del prefecto Joao Braz de Aviz y su Secretario José Rodríguez Carballo, OFM: dos personajes que brillan en el firmamento de la Curia bergogliana como inimita astri.

La Carta de la Congregación es un ejemplo de “corrección política” con la que las jerarquías de Santa Marta dan un guiño indigno a la igualdad de género, querida por el pensamiento único (estamos en la ola de la nueva versión del Orato, fratras del rito reformado, lectoras y acólias) y a todos los marcadores de la nueva lengua: se hacen referencias a la pandemia, a la “aspiración mundial a la fraternidad”,al “nuevo sueño de fraternidad y amistad social”, así como a la invitación a los religiosos a ser “arquitectos de fraternidad universal, guardianes de la casa común”, “hermanos y hermanas de todos, independientemente de la fe” (sic), culminando en el grito de impiedad de la religión mundial de los hermanos todos: “Soñemos como una sola humanidad, como vagabundos hechos de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos alberga a todos nosotros , cada uno con la riqueza de su fe o convicciones, cada uno con su propia voz, todos los hermanos

Entonces, ¿cuál es la propuesta práctica que la Congregación ofrece a las personas consagradas? ¿Cómo pretenden ayudar a las órdenes religiosas a ser fieles cada uno a su carisma, a la Santa Regla, a las Constituciones de los santos fundadores? Estas son las otras palabras del prefecto: “Por lo tanto, se trata de abrir procesos para acompañar, transformar y generar; desarrollar proyectos para promover la cultura del encuentro y el diálogo entre diferentes pueblos y generaciones; partiendo de la propia comunidad vocacional y luego llegando a cada rincón de la tierra y de cada criatura, porque, nunca como en este tiempo de pandemia,hemos experimentado que todo está conectado, todo está relacionado”. ¡El Foro Económico Mundial, promotor del Gran Reinicio, no habría sido capaz de expresarlo mejor! ¿Qué importa si Santa Teresa de Avila, Santo Domingo, Santa Clara, San Francisco de Sales y todos los santos fundadores se escandalizan por la demolición sistemática de sus órdenes, cuando las palabras de la Santa Sede disfrutan de la benigna aclamación de la élite globalista, la infame secta y los enemigos de Cristo? ¿Qué significa “abrir procesos para acompañar, transformar y generar”, si no una invitación a renunciar a la fidelidad, al carisma original, reeducar a los refractarios y obligar a los recalcitrantes por la fuerza? ¿Qué es esto de “la elaboración de proyectos para promover la cultura del encuentro y el diálogo“,si no la aplicación del indeferentismo religioso y el ecumenismo conciliar?

Esta es la sombría visión horizontal, desprovista de cualquier impulso sobrenatural, de que quienes por el contrario deben preservarla como un tesoro precioso que la Iglesia tiene en la vida religiosa. Una visión en la que uno puede ser “hermano y hermana de todos, independientemente de la fe”, haciendo inútil no sólo abrazar el estado religioso, sino también el bautismo mismo, y con él la redención, la Iglesia, Dios.

Hemos entendido, en estos tiempos de crisis, que los que están constituidos en autoridad están ahora desconectados de aquellos de los que están a cargo. La llamada pandemia ha mostrado a los gobernantes obedientes a las órdenes de los poderes supranacionales, mientras que los ciudadanos son privados de sus derechos y cualquier forma de disidencia es censurada o “psiquiátrica”, según una feliz expresión reciente. No muy diferente en la Iglesia: los líderes de la Jerarquía obedecen a los mismos poderes, y privan a los fieles de sus derechos, censurando a aquellos que no tienen la intención de renunciar a su fe y no aceptan ver a la Iglesia demolida por sus Ministros. Joao Braz de Aviz está perfectamente alineado con Jorge Mario Bergoglio, y ambos apoyan con celo el establecimiento del Nuevo Orden Mundial.

Esta es la dolorosa realidad con la que debemos enfrentarnos a diario, y por la que debemos orar, ayunar y hacer penitencia, implorando la intervención de Dios y de la Santísima Virgen en nuestra ayuda. En esta batalla sobrenatural, la contribución de los religiosos y de las religiosas es fundamental: por eso ahora es necesario que las almas consagradas redescubran la dimensión sacrificial de su vocación, ofreciéndose en el Holocausto como víctimas. Este, después de todo, es el corazón de la vocación religiosa y del ser cristiano en sí: asimilarse a Cristo, siguiéndolo en la cruz para sentarse a Su derecha en la eternidad bendita.

Por lo tanto, invito a los que tienen el privilegio de haber elegido el estado de perfección a orar con renovado celo, a ayunar con celo, a hacer penitencia. Por último, pidamos al Espíritu Santo que toque a los ministros y religiosos que han sido traidores, concediéndoles el don del arrepentimiento y la gracia del perdón.

+ Carlo Maria Viganá, Arzobispo

2 de febrero de 2021
In Purificatione Beatæ Mariæ Virginis

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