Sobre las sanciones canónicas aplicadas a don Frank A. Pavone
Declaración
sobre las sanciones canónicas
aplicadas a don Frank A. Pavone
Agere sequitur esse, nos enseña la filosofía escolástica: la acción de todo ente depende de la naturaleza de dicho ente. De ello se deduce que las acciones de una persona son coherentes con lo que esa persona es. Encontramos la confirmación de este principio ontológico en las recientes sanciones canónicas impuestas por la Santa Sede a don Frank A. Pavone, un conocido y apreciado sacerdote provida que lleva décadas comprometido en la batalla contra el horrible crimen del aborto. Si, en efecto, un dicasterio romano decide fulminar a un sacerdote reduciéndolo al estado laical, acusándolo de blasfemia e impidiéndole defenderse en un juicio canónico regular; y si no se toman decisiones similares contra sacerdotes notoriamente heréticos, corruptos y fornicadores, no es ilegítimo preguntarse si una acción persecutoria no revela una mente persecutoria, y si una acción contra un buen sacerdote antiabortista no traiciona el odio del perseguidor al Bien y a quienes combaten por él.
Este castigo injusto e ilegítimo resulta tanto más odioso cuanto más nos acercamos a la Santa Navidad, si tenemos en cuenta que en el asesinato de inocentes el Enemigo de la humanidad quiere matar al Niño Rey. La secta bergogliana eclipsa a la Iglesia católica con su arrogante ocupación de los puestos de mando y abusa escandalosamente de su autoridad para un fin opuesto al que Nuestro Señor, Cabeza de la Iglesia, quiso. No hay ámbito doctrinal, moral, disciplinar o litúrgico que no haya sido objeto de su acción vandálica.
Nada se salva de lo poco que quedó luego de sesenta años de demolición sistemática por el Concilio Vaticano II; y lo que sobrevive como peligroso recuerdo de antiguas glorias está bajo la amenaza constante de una nueva y peor devastación. Por lo tanto, es evidente que el Sanedrín romano -cuya labor desconcierta incluso a los intérpretes más cautos de los asuntos vaticanos- tiene como objetivo perseguir a los buenos y promover a los malvados. El caso de la “cancelación” de Don Pavone es la enésima demostración de que este propósito se persigue con feroz obstinación, tanto para alimentar un clima de terror en el clero e inducirlo así a una obediencia servil y cobarde, como para crear desorientación y escándalo en los fieles y en quienes en todo caso miran a la Iglesia como referencia moral.
Todo esto sucede mientras el jesuita Marko Ivan Rupnik, sobre el que pende una condena por delitos muy graves castigados con la excomunión latæ sententiæ, tiene su sentencia canónica perdonada por su hermano y compañero que vive en Santa Marta; y mientras la Curia Romana está infestada de personajes impresentables, sodomitas notorios, fornicadores, corruptos y herejes. El acólito bergogliano se distingue por la gravedad de las culpas: cuanto más graves son, más prestigioso es el cargo que ocupa.
Ante esta violación de los más elementales principios de justicia y prudencia en el gobierno, y ante la flagrante determinación de la cúpula de la Jerarquía de actuar contra mentem legis, es necesario que los cardenales y obispos comprendan las gravísimas consecuencias de su silencio cómplice y alcen valientemente su voz en defensa de la parte sana del cuerpo eclesial: lo imponen la obediencia a la Verdad católica violada, el honor de la Iglesia humillada por sus propios prelados y la salvación eterna de las almas en peligro por las palabras y acciones de los malos pastores, quienes usurpan una autoridad que no les pertenece, sino a Cristo Rey y Sumo Pontífice, Cabeza del Cuerpo Místico.
Si servir a la Iglesia y defender la vida de las criaturas inocentes en este tiempo de apostasía constituye una culpa digna de la expulsión del estado clerical, mientras que propagandizar el aborto, promover la ideología de género o violar a vírgenes consagradas no se considera pasible de excomunión, entonces el padre Frank puede considerar esta vergonzosa decisión vaticana un motivo de orgullo, recordando las palabras del Salvador: Bienaventurados seréis cuando los insulten, los persigan y, mintiendo, digan contra ustedes toda clase de mal por mi causa (Mt 5, 11).
Y los que han sido culpables y cómplices de esta persecución contra los buenos deberían temblar al pensar en el juicio que les espera. Deus non irridetur [de Dios nadie se burla] (Gal 6, 7).
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
22 de diciembre de 2022
Traducción al español por José Arturo Quarracino