Et erat subditus illis

Mons. Carlo Maria Viganò

Et erat subditus illis

Homilía para el domingo de la Sagrada Familia
en la Octava de Epifanía

“Y estaba sometido a ellos; su madre
conservaba todas estas palabras (repasándolas) en su corazón.
Y Jesús crecía en sabiduría, como en estatura,
y en favor ante Dios y ante los hombres

Lc 2, 5

 

Alabado sea Jesucristo

En la infraoctava de la Epifanía la Iglesia celebra la festividad de la Sagrada Familia formada por Jesús, María y José, inmediatamente después de la manifestación de la divinidad de Nuestro Señor. ¿Pero por qué conmemoramos a la Sagrada Familia, misterio de intimidad y afectos que hay que cuidar en el hogar, precisamente cuando se manifiesta la divina realeza del Niño Rey, adorado por los pastores y los Reyes Magos venidos de Oriente?

Esto se debe a que es en la Familia –la natural, desde luego, pero también la santificada por el sacramento del Matrimonio, y en máximo grado aquélla en la que los padres son la Virgen Santísima y el patriarca San José, y el hijo es el Verbo Encarnado– donde se   realiza en la caridad ese orden que es condición indispensable para la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. La familia une a los padres en la relación jerárquica que tiene por modelo el amor entre Aquél que es Cabeza de la Iglesia y su Cuerpo Místico. En ese “microcosmos” que justamente es reconocido como “célula de la sociedad”, la familia prepara a los hijos para ser buenos cristianos, soldados valerosos de Cristo, ciudadanos honrados y gobernantes sabios y prudentes.

Sin la familia no puede existir una sociedad bien ordenada y sin la familia cristiana tampoco puede existir una sociedad cristiana en que se reconozca el señorío de Cristo. En la familia, los padres ejercen en nombre de Dios la autoridad sobre los hijos, y por tanto esa autoridad es legítima cuando se ejerce en el cauce de la Ley de Dios, y puede entonces beneficiarse de las gracias de estado para que obedezcan los hijos. Esta potestas, reconocida por el derecho natural, adquiere una dimensión sobrenatural cuando se inspira en el amor infinito con el que el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre; un amor divino tan poderoso para ser el mismo Dios, el Espíritu Santo. Del mismo modo que el hombre muestra en sus facultades –memoria, entendimiento y voluntad– la impronta trinitaria del Creador, también la familia es en cierto modo espejo de la Santísima Trinidad, porque en ella encontramos la potencia creadora del Padre, la obediencia redentora del Hijo y el amor santificante del Espíritu Santo. Pero encontramos también la conciencia de la propia identidad y las propias tradiciones (memoria), la capacidad de atesorarlas para afrontar las pruebas que atravesamos (entendimiento) y el vínculo de amor entre los esposos y entre padres e hijos (voluntad).

Cuando al rezar el Pater noster decimos “venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”, muchas veces no prestamos atención a estas palabras. En ellas pedimos se afirme el Señorío de Cristo sobre las naciones, porque sólo donde Él reina pueden imperar la paz y la justicia. Pedimos que Cristo reine porque esa es la voluntad de Dios: Oportet autem illum regnare donec ponat omnes inimicos sub pedibus ejus (1Cor 15, 25), es necesario que Él reine, hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies (Sal 109, 1). Pero para reinar en la sociedad es necesario que gobernantes y súbditos sean buenos cristianos. Y para ello es necesaria la familia, “iglesia doméstica” y escuela para la vida en el ámbito civil. Es en la familia católica donde se concibe, se da a luz, se santifican y educan los hijos, preparándolos para que sean buenos cristianos, ciudadanos honrados y futuros padres. Y es en una familia descarriada –o en su diabólica parodia de la ideología LGBT– que se asesinan en el cuerpo y en el alma y se pervierte y corrompe a los hijos, haciendo así que sus vicios corrompan también el cuerpo social y eclesial.

La batalla epocal que estamos librando contra el Leviatán mundialista tiene por objeto –lo sabemos bien, porque sus mismos ideólogos lo han reconocido– la destrucción sistemática de todo rastro de la presencia de Cristo en las almas, la familia y la sociedad, para sustituirlas por los horrores del dominio de Satanás y del reino del Anticristo. En esta batalla no sólo nos asedian unas fuerzas enemigas poderosísimas y descontroladas, sino también quintas columnas infiltradas en la Iglesia, que en el seno de la Iglesia y en cargos de gobierno en ella y por interés, chantaje o miedo colaboran con el plan infernal del Nuevo Orden Mundial. Aborto, divorcio, eutanasia, ideología de género, homosexualidad y neomalthusianismo no son sino instrumentos con los cuales destruir la sociedad y a la familia antes que a ella, porque en la familia se puede oponer resistencia a la dictadura del pensamiento único, manteniendo así la determinación de defender valerosamente la Fe y la identidad.

No es casual que en la manipulación de masas del Gran Reinicio llevada a cabo con la reciente farsa de la pandemia se separase a los ancianos de sus seres queridos, a los padres de los hijos, a los abuelos de loso nietos: cortar esas relaciones familiares y jerárquicas, con todo lo que conllevan, era el paso obligado para aislar a las personas, debilitarlas psicológicamente y hacerlas flaquear espiritualmente y obligarlas de ese modo a obedecer. Se nota que todo lo que este mundo lleno de corrupción y barbarie impone a los pueblos está orientado siempre al control y a la sumisión. Y precisamente cuando se exalta la libertad desembarazándose del yugo suave de la Ley de Dios vemos como nuestras manos se encadenan a la tiranía de Satanás.

Por otra parte, ¿cómo podría el Enemigo amar una institución como la familia, integrada por un padre y una madre que evocan al eterno Padre Celestial generador de vida y de gracia y a una Madre que es Abogada nuestra ante el trono de su divino Hijo? No sorprende que los enemigos de Dios quieran eliminar también el nombre, sustituyéndolo con progenitor A progenitor B, precisamente para eliminar esos nombres benditos con los que podemos llamar Abbá, Padre, nada menos que a Dios, y Madre a la celestial Madre de Dios. No sorprende el odio hacia la figura paterna, que es arquetipo de la autoridad de Dios, así como también los superiores eclesiásticos y civiles son llamados padres, y como tales deben comportarse.

Al iniciar esta meditación pregunté por qué la Iglesia ha querido festejar la Sagrada Familia el domingo de la infraoctava de la Epifanía. Aquí tenemos la respuesta: la Sagrada Familia nos muestra el modelo de familia cristiana que es la condición necesaria e indispensable para que la divina Realeza de Nuestro Señor se pueda concretar en la sociedad, cumpliendo la profecía del salmista que oímos en la Misa de Epifanía: Et adorabunt eum omnes reges terræ; omnes gentes servient ei (Sal 71, 11).

Invocamos, pues a Nuestro Señor, a su Virgen Madre y a San José para que protejan a nuestras familias, las custodien en la Gracia de Dios y las hagan capaces de colaborar con Fe y Caridad en el plan de la Providencia. Si Cristo reina en ellas, reinará también en la sociedad civil. Adveniat regnum tuum; fiat volutnas tua.

Que así sea.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

8 de enero de 2023
Sactæ Familiæ Jesu Mariæ Joseph

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