Et inimici hominis

Mons. Carlo Maria Viganò

Et inimici hominis domestici ejus

Combatir el satanismo del Nuevo Orden Mundial: Las claves de la victoria
Conferencia en la Universidad de Verano organizada por el movimiento político Civitas

No penséis que he venido a traer paz a la tierra.
No he venido a traer paz, sino espada.
Sí, he venido a enfrentar al hijo con su padre,
a la hija con su madre, a la nuera con su suegra;
y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

Mt 10, 34-36

 

Permítanme, queridos amigos, que dirija mi saludo a todos los organizadores de esta nueva edición de vuestra Universidad de verano, en particular al presidente de Civitas, Alain Escada; a los expositores, que con sus intervenciones aclaran los diversos aspectos de la actual crisis civil y eclesial; a los participantes, que con su presencia confirman la determinación de los buenos católicos a combatir el bonum certamen bajo las banderas de Cristo Rey. Estos encuentros de formación doctrinal, cultural y social son signo de un despertar de las conciencias y de los corazones: Quia hora est jam nos de somno surgere. Nunc enim propior est nostra salus, quam cum credidimus; ya es hora de despertarnos del sueño, porque nuestra salvación está más cerca ahora que cuando abrazamos la fe (Rom 13, 11).

La coherencia del bien

Así como hay una coherencia del Bien, hay también una coherencia del Mal. El Bien, atributo sustancial de Dios, posee una coherencia propia también en lo que participa de él: es coherente con el Bien el amor de la madre que prepara la merienda a sus hijos; la preocupación del dueño de la empresa respecto a sus empleados; la preparación de las lecciones por parte del profesor; la dedicación del médico hacia sus pacientes; la disponibilidad del sacerdote en el cuidado de las almas que le han sido confiadas. También planchar una camisa, cuidar el jardín, organizar una conferencia, celebrar un aniversario con los seres queridos se vuelve coherente con lo que uno es, porque nos comportamos según lo que somos: Agere sequitur ese [el obrar sigue al ser].

Quien vive en el Bien y, por lo tanto, en la Verdad; quien “respira” el Bien -desde las celebraciones a las que asiste en la iglesia hasta sus relaciones con personas afines y su educación en la familia- no necesita querer hacer el Bien, porque éste surge espontáneamente en un alma buena. Y esto es exactamente lo que la Gracia realiza en nosotros, al hacer de acciones que en sí mismas son moralmente neutras -o sólo humanamente buenas- obras virtuosas, donde el hábito en el Bien se convierte en Virtud y todo impregna nuestra vida; y al añadir a las acciones que son buenas en el orden natural ese quid que las eleva en el orden sobrenatural al orientarlas a un fin superior.

Por otra parte, cuando se ama al Señor, ¿qué se puede desear más hermoso y satisfactorio que hacer Su voluntad? ¿Y qué puede ser más motivador, en nuestras relaciones con nuestro prójimo, que hacerle conocer esa Santa Verdad que también es supremamente buena y justa? Bonum diffusivum sui, según el adagio escolástico: El Bien es de por sí expansivo, inclinado a difundirse. Nos lo demuestra la obra del Creador, quien de la nada lleva a todas las cosas visibles e invisibles a la existencia; nos lo confirma la obra del Redentor, que lleva al hombre rebelde en Adán del abismo de la ofensa a la Majestad divina, mediante el Sacrificio del Hombre-Dios.

La coherencia del Mal

Pero así como hay una coherencia en el Bien, también hay una coherencia en el Mal, y esas acciones que juzgamos que en apariencia no son especialmente graves -si no las contextualizamos- se revelan como ruedas de un engranaje, quizás marginales y pequeñas, pero que le permiten funcionar, sin los cuales algo se atascaría.

Es así que el Mal -que ontológicamente es un no-ser, ausencia del Bien- trata de insinuarse en nuestras almas mediante pequeños pasos, obteniendo progresivos retrocesos, obrando en un modo que no suscite en nosotros alguna preocupación o remordimiento, para después crecer y expandirse como un cáncer. Y donde el Bien lleva a un bien mayor, así el Mal llama a un mal mayor, habituándonos a él y a todo lo que esto atrae.

Los planes infernales de la élite globalista -que hemos visto que son intrínsecamente malvados- también son coherentes entre sí, porque están movidos por el odio del Adversario hacia Cristo. El proyecto de Bill Gates de oscurecer el sol y vacunar a la población mundial; el de Soros de hacer invadir a los países occidentales con hordas de mahometanos y de demoler la familia natural financiando los movimientos woke y LGBTQ; el de Klaus Schwab de obligarnos a comer insectos o confinarnos en “ciudades inteligentes” de 15 minutos; el de Harari de borrar la idea de un Dios trascendente y componer una Biblia “políticamente correcta”; el del Estado profundo de centralizar el control de los ciudadanos con el DNI digital, el dinero electrónico y la manipulación del voto; el de Bergoglio de transformar a la Iglesia en una agencia de la ONU y del Foro Económico Mundial no son planes aislados, que se ejecuten en forma independiente y sin relación entre sí. En todo lo que ha sucedido en las últimas décadas en forma más subterránea y más recientemente en forma manifiesta, podemos discernir una mens, una inteligencia capaz de dar una organización aparentemente infalible e imparable. Porque debemos admitirlo: quienes construyeron esta maquinaria infernal, en la que todos los engranajes parecen girar a la perfección, demuestran una inteligencia superior, angélica, más aún: satánica. 

La aparente victoria de los malvados

La constatación de la eficacia organizativa de los malvados no debe asustarnos, ni hacernos desistir de combatir sus planes. Al contrario, creo que es precisamente esta “perfección” en el campo enemigo lo que acabará constituyendo su perdición: Simul stabunt, simul cadent [estaban juntos, caen juntos], dice el adagio latino. Y será exactamente así, porque el triunfo del Mal es una ficción, una simulación, un montaje escénico basado -como todo lo que procede de Satanás- en la apariencia y en la mentira.

Volvamos por un instante a la Pascua del año 33. Situémonos entre aquéllos que en Jerusalén presenciaron la crucifixión de Jesús, después de haberle visto realizar milagros y curaciones. Incluso en el Gólgota, en ausencia de los Apóstoles, la puesta en escena de Lucifer debía sancionar la derrota del Mesías, la dispersión de sus discípulos, el olvido de sus enseñanzas, la desautorización de su divinidad. Pero precisamente en la Cruz, instrumento de muerte y de infamia, el destino de la humanidad es derrocado por Aquél que con la muerte del cuerpo restableció la vida del alma y que, dejándose clavar en ese madero, clavó en él al infierno. O mors, ero mors tua [Oh muerte, fui tu muerte]. Nuestra naturaleza, herida por el pecado original, no se resigna a comprender que la victoria de Cristo se realiza según la lógica de la Caridad y no del odio, y que es tanto más inexorable y definitiva cuanto mayor margen de acción se deja a Dios para obrar, y cuanto menor es la confianza en los medios humanos por parte de Sus hijos.

Satanás el ilusionista

No juzguemos, pues, el aparente “vivir feliz de los malvados” del Salmo 36 como un signo de derrota inevitable: este imponente despliegue de fuerzas, esta escenografía tan realista, estas coreografías impresionantes constituyen el único recurso del que puede echar mano el gran Mentiroso y la única manera de inducirnos a creer que es poderoso e invencible. Un gran prestidigitador, eso es cierto: pero que como tal podrá asombrarnos como ilusionista, engañándonos con sus trucos, que fuera del escenario y a la luz del sol se muestran en su patética inconsistencia. El juego del conejo sacado de la galera -el respeto al medio ambiente, la salud de los ciudadanos, la fraternidad universal- o el espectáculo de la mujer aserrada en dos funcionan mientras el público permanezca a distancia y se deje engañar por la penumbra y los gestos teatrales del prestidigitador. Por otra parte, ¿quién de entre los espectadores de un espectáculo de “magia” o de entre los transeúntes que deambulan por los pasillos del metro observando el juego de los tres compases pensaría que se trata de la realidad? ¿Quién daría crédito a un doctor Dulcamara que propone, como en la ópera de Donizetti, una droga “odontálgica, licor admirable, poderoso destructor de ratas y bichos?” (Felice Romani, L’elisir d’amore, escena V, Dulcamara).

La ficción -o, más exactamente: la venta fraudulenta, pues es venta fraudulenta- es la marca comercial de Satanás. Compren mi especialidad, la vendo barata. Este vendedor estafador -y con él todos sus sirvientes, no menos ocupados en vender sus brebajes- recuerda a ciertos personajes que hasta hace poco ofrecían a los incautos una videograbadora por unos euros en las estaciones de servicio de las autopistas, que luego resultaba ser una carcasa lastrada con un ladrillo; o recuerda a quienes a cambio de una suma de dinero por la tramitación de un papeleo notarial prometen a través del correo electrónico la herencia de un millonario africano recién fallecido. Pero si todos sabemos perfectamente que detrás de estas altisonantes promesas sólo se esconde una estafa contra nosotros, ¿por qué todavía hay quien les cree? ¿No es igual de descaradamente falsa la eficacia del suero experimental de ARNm inoculado en masa? ¿No es igual de ridícula la narrativa sobre la crisis energética, lograda mediante la imposición de sanciones al principal exportador de gas natural de Europa? ¿No es grotescamente infundado el fraude medioambiental? Y sin embargo, mirando a nuestro alrededor, parece que muchísima gente está más que dispuesta a creer las mentiras de estos Dulcamara, estos feriantes que desde el Foro Económico Mundial o de la Fundación Bill y Melinda Gates, la Unión Europea o la Organización Mundial de la Salud ensalzan las virtudes de sus filtros milagrosos: renta universal, abolición de la pobreza, derrota de las enfermedades, paz global. Sólo para descubrir que tenemos que pagar esa renta universal endeudándonos y renunciando a la propiedad privada, que su “abolición de la pobreza” conduce a la miseria de individuos y naciones, que la BigPharma quiere que seamos pacientes crónicos, que la paz del Nuevo Orden Mundial significa guerra perpetua.

¿Como ha sido posible esto?

Muchos, en los últimos años, se han preguntado: ¿Cómo es posible que una parte tan grande de la humanidad haya consentido todo esto? Si miramos hacia atrás -volviendo a los años Ochenta, por ejemplo, antes de que las altas finanzas decidieran lanzar un ataque contra las naciones de Europa con la privatización de los bienes del Estado y con la destrucción definitiva de la sociedad y la familia, que ya había comenzado mucho antes-, parece casi imposible que en el espacio de poco tiempo el Enemigo pudiera haber dado pasos tan imponentes, sin provocar reacciones y resistencias significativas. Y si escuchamos las palabras de aquellos a quienes Roncalli llamaba profetas de calamidades, quienes desde las primeras sesiones del Vaticano II anunciaron la apostasía a la que conduciría, nos parece impensable que aquellas autorizadas advertencias suyas hayan podido ser ignoradas y merecieran, de hecho, la condena y el ostracismo de cualquiera que las lanzara, por parte de los Pastores supremos.

Y aquí volvemos al fraude, a la adulteración de la Fe, de la Moral, de la Liturgia, al engaño culpable de los gobernantes que, constituidos en autoridad, se presentan como enemigos de aquéllos a los que, por el contrario, deberían proteger, y amigos de aquéllos a los que deberían combatir o convertir. Fraude la quimera de una fraternidad desprovista de la paternidad común de Dios; fraude la participatio actuosa que destruyó el culto público al protestanizarlo; fraude el sacerdocio común de los fieles, insinuado fraudulentamente en el Concilio para debilitar el sacerdocio jerárquico; fraude la pretendida democratización de la Iglesia, que el divino Fundador quiso monárquica y que ninguna autoridad humana podrá jamás cambiar; fraude el ecumenismo por el que la Majestad divina es humillada al nivel de las prostituciones, como la Sagrada Escritura llama elocuentemente a las falsas religiones. Los dioses de los pueblos no son más que apariencia (Sal 96, 5) y los paganos ofrecen sus sacrificios a los demonios y no a Dios (1Cor, 10, 20).

La Pregunta correcta

Intentemos reformular más claramente la pregunta: ¿Cómo fue posible que pueblos criados en la herencia del pensamiento griego y romano, a la luz de la Revelación cristiana y de la civilización que ella edificó, decidieran creer una mentira claramente falsa, es decir, que la paz, la concordia , la prosperidad y la felicidad son posibles lejos de Dios, alineándose entonces abiertamente del lado de un Enemigo que Cristo ya ha derrotado y conquistado?

Viéndolo más en detalle, también podríamos haberle hecho a Adán y Eva esta pregunta: Ustedes estaban en el Paraíso terrenal; conocieron al Señor y hablaron con Él; no tuvisteis enfermedades ni muerte; teníais una inteligencia ágil para aprender y comprender; no estabais sujetos a los deseos de la carne… lo teníais todo, porque teníais a Dios: ahora bien, ¿cómo pudisteis creer a la serpiente, que os prometió que desobedeciendo el mandato del Señor obtendríais lo que ya teníais, cuando era evidente que una criatura que se arrastra nunca podría competir con la omnipotencia del Creador?

Promesas similares encontramos en las tentaciones a las que Nuestro Señor quiso someterse en el desierto: también en ese caso Satanás ofrece al dueño de todas las cosas los dominios de la tierra que ya Le pertenecen, atreviéndose a pedírselo a cambio de un acto idolatra, acto de adoración tan absurdo como imposible. Todo esto será tuyo, si te postras y me adoras (Lc 4, 7). A estos disparates dictados por una mente enredada y obstinada en una mala voluntad, el Señor responde citando las Escrituras, sin siquiera dignarse argumentar y exponer su falsedad. Porque con el demonio no se puede discutir: es tiempo perdido. Satanás debe ser ahuyentado y mantenido lejos.

El pecado del hombre moderno y contemporáneo

El colosal fraude que se ha tramado contra el hombre moderno no se diferencia en nada del que marcó la caída de nuestros progenitores: creer la mentira en cuanto tal, subvirtiendo el orden divino. No hemos sido precisamente engañados, porque el engaño fue evidente desde el principio: convertirse en sicut dii comiendo del árbol del conocimiento del Bien y del Mal o pretender que las amputaciones quirúrgicas pueden transformar a un hombre en una mujer; ofrecer los primogénitos a Baal o matarlos en el útero para no aumentar las emisiones de carbono es esencialmente idéntico. Lo que Satanás nos pide no es tanto que realicemos una acción reprobable, sino que hagamos que la llevemos a cabo aceptando como cierto que no tiene consecuencias: tírate de esta torre y tus Ángeles vendrán a sostenerte. Vacúnate con este suero experimental y harás un gesto de amor. Compra un niño con gestación subrogada y serás padre. Renuncia a tu libertad y serás libre. Compra lo que no puedes pagar y que te endeudará para siempre, y serás feliz. Pon a tu anciana madre en un asilo y será atendida por personal que la hará sentir bien. Deja que tu hijo cambie de sexo y se sentirá realizado. Que el Estado sea laico y legisle sin condicionamientos de la Iglesia, y reinará la armonía entre los fieles de todas las religiones.

Ninguna de estas promesas tiene siquiera apariencia de verdad: son todas mentiras, y como tales el Príncipe de la Mentira quiere que las aceptemos, porque con ellas aceptamos la subversión del orden divino. Es por eso que no se trata de un error, sino de un pecado del que somos moralmente responsables.

Las consecuencias de la aceptación de la mentira

El concepto de tolerancia del mal -que en las sociedades aún cristianas podía de algún modo permitir excepciones limitadas para lograr un bien superior- fue anulado por la sociedad civil y por la Iglesia cuando, habiendo perdido la referencia trascendente del Bien supremo y de la Verdad santa -el Señor Dios- ya no hay que tolerar ningún mal ni tampoco ningún bien que proteger. Porque la aceptación contemporánea de la Verdad y de su negación -la mentira- son una contradicción lógica, incluso antes que teológica. Y este es el resultado de un proceso que creo que merece ser analizado con mucha atención.

La subversión por acción de la autoridad

El proceso al que me refiero es esa secuencia de hechos encadenados que ha llevado a la Iglesia Católica –y con ella a los países en los que los católicos están presentes y son socialmente relevantes– a personalizar la relación de los fieles con Dios allí donde era pública –el culto, la Liturgia – y colectivizar, por así decirlo, la relación de los fieles con Dios, cuando en cambio era personal -mediante la conversión, la oración, la meditación, la experiencia ascética y mística. Esta inversión -tomada de los protestantes- hace efectivamente que la acción del culto público de la Iglesia se convierta en un momento de auto celebración de los individuos y de los grupos, y no en la voz coral de la Esposa; y al mismo tiempo anula la unión íntima del alma con su Señor -que sólo puede realizarse en el recogimiento individual- para exaltar una “comunidad”, para darle consistencia y atractivo en razón de “caminar juntos”, aunque sin una meta.

La normalidad hierática, por encima del tiempo y del espacio, cede ante el carácter provisorio del experimento, la incógnita del resultado, la creatividad patética o la improvisación sacrílega. Y esto, necesariamente, se extiende a la vida civil, donde el testimonio del católico no sólo es innecesario, sino incluso deplorable; y donde los gobernantes, aunque nominalmente católicos, pueden legislar en contra de la Ley de Dios y de la Iglesia. Porque cada uno de ellos está convencido de que puede pensar de una manera y actuar en forma contraria, cuando en realidad acaba pensando en función de cómo se comporta.

El rol de la iglesia profunda

Mientras la jerarquía de la Iglesia ha sido fiel a su mandato, cada persecución de los gobiernos anticatólicos y revolucionarios ha sido enfrentada con honor y firmeza, a menudo incluso con el heroísmo del martirio, como en Vandea (Francia), España, México, la Unión Soviética y China. Pero tan pronto como el Concilio Vaticano II “reinició” la jerarquía en un sentido liberal y progresista, fue ella misma quien promovió la secularización de la sociedad y la exclusión voluntaria de la Iglesia y de la Religión de todos los ámbitos de la vida civil, incluso pidiendo la revisión de los Concordatos. En el transcurso de unas pocas generaciones, la civilización cristiana construida gracias a la Iglesia católica ha sido negada y olvidada, llegando al punto de quebrar los cimientos del pacto social: no se trata de estadísticas ni de números -que se pueden documentar- sino de un cambio radical de la sociedad, de los principios que inspiran a sus ciudadanos, de las esperanzas que los abuelos y los padres alimentan para las generaciones futuras. Hablo de la capacidad de nuestros abuelos y padres de renunciar a tantas comodidades para garantizar los estudios de sus hijos o un hogar; hablo de la ruptura de la familia a través del divorcio, con la creación deliberada de una crisis económica que imposibilita ser independiente, poder casarse y educar a los hijos, saber que la autoridad civil y religiosa son amigas, no hostiles y traidoras.

Esto ha llevado también a que las generaciones pierdan progresiva pero inexorablemente todo ese legado de comportamientos cotidianos, modos de hablar, hábitos que eran la traducción práctica del modo de ser de un católico; un abandono que ha sido alentado por quienes han inculcado en los ciudadanos y fieles un sentimiento de vergüenza por su pasado, por su Historia, por sus tradiciones, por su Fe. Es desconcertante que esta traición se haya consumado sin reacciones, después de haber sido impuesta desde arriba tanto en el ámbito civil como -algo inaudito- en el ámbito eclesial.

El Estado laico, con el que las Naciones se sacuden el Señorío de Cristo, constituye la base filosófica y teológica sobre la que se pudo teorizar la disolución de la sociedad cristiana: sin esa base, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la sodomía, la manipulación genética y el transhumanismo nunca podrían haber sido introducido en las legislaciones nacionales. Y esto ha sucedido con el apoyo decisivo de la Iglesia profunda desde la década de 1960, y más recientemente con la esclavitud total de la jerarquía católica a la Agenda 2030: lo ha reconocido también monseñor Héctor Rubén Aguer, ex arzobispo de La Plata en Argentina (aquí).

La disgregación de la familia

Todo esto ha desaparecido: ningún miembro joven de una familia moderna ha oído hablar de cómo se vivía antes, en que se creía, que se esperaba. Por otra parte, ¿dónde están los abuelos, que antaño cuidaban de sus nietos y les transmitían los recuerdos de sus antepasados, su sabiduría, su sencilla religiosidad? Eran los abuelos los que llevaban a sus nietos a rezar ante la imagen de la Virgen María, les enseñaban oraciones, a hacer el examen de conciencia, un Réquiem al pasar por el cementerio, el significado de la obediencia a los padres, la honestidad, la palabra dada. La Masonería ha eliminado a los ancianos, transformándolos en mercancía para el negocio de las clínicas o exterminándolos con suero génico o con ventilación forzada. Su ausencia, desde hace décadas, ha ido acompañada de un ataque frontal contra las mujeres, en su rol de esposas y madres: otro elemento de cohesión familiar demolido, otro baluarte abatido.

El ataque a la figura paterna – hasta ahora modelada sobre la base de la autoridad y de la bondad de Dios Padre – se consumó con la corrupción de las costumbres, con la pornografía, con la promiscuidad y finalmente -roto el cordón umbilical que ata la sexualidad a la relación conyugal destinada a la procreación- aquí está destruido el hombre, el esposo, el padre, el ciudadano, estigmatizando su “masculinidad tóxica”, afeminándolo, castrando su voluntad y su intelecto; anteponiendo primero el medio (el legítimo placer del acto conyugal) al fin natural (la procreación), y luego sustituyendo el fin por el medio. Y los hijos, separados de sus padres trabajadores, encuentran en la televisión, en Internet, en las redes sociales, en las apps, en la escuela y en todos lados un nuevo oráculo, una entidad que los libera de la responsabilidad de elegir y les dice qué pensar, qué desear y contra quién dirigir sus frustraciones. Et inimici domini domestica ejus (Mt 10, 36). Esta entidad -a la que el poder quisiera reconocer características casi divinas, simulando las facultades de una inteligencia humana- propone un nuevo credo ambiental, exalta nuevas virtudes verdes y despiertas, señala nuevos maestros, celebra sus liturgias. Porque se presenta como religión y como tal requiere el fiel asentimiento y la obediencia a sus ministros.

La religión de Estado

El sistema de adoctrinamiento está experimentado, y a lo largo de la historia ha cambiado sólo algunos detalles debido a los tiempos o al avance tecnológico, pero manteniendo siempre el esquema original. Y es este esquema el que es necesario conocer, si queremos contrarrestarlo en todas sus diversas formas: sanitarias, energéticas, climáticas, bélicas, financieras, religiosas. Un esquema que está innegablemente inspirado no sólo en la anulación de la única Religión verdadera, sino también en su sustitución por la religión luciferina del progreso, de la humanidad, de la fraternidad, de la Madre Tierra. No nos sorprendamos, pues, si fracasa el pretexto inicial con el que la masonería socavó la autoridad de la Iglesia católica en nombre de la libertad religiosa, para dejar el dominio indiscutido -también reconocido a nivel institucional- a la única religión compatible con la ideología del Nuevo Orden Mundial: el culto a Satanás, quien, después de haberse escondido durante dos siglos detrás de Prometeo y de la diosa Razón, hoy sale públicamente y reclama para sí esa exclusividad que le había reprochado y negado a la verdadera Iglesia, hasta el punto de convertirse en “religión del Estado”, para imponer su dogmas absurdos y sus falsas creencias a la comunidad internacional, para adoctrinar a los niños y jóvenes en las escuelas, para obligar a los ciudadanos a ajustarse a sus preceptos.

Parece que asistimos a una reaparición global del paganismo, como aconteció bajo el reinado de Juliano el Apóstata: una especie de venganza de los cultos idólatras contra la Religión de Cristo, una venganza de las tinieblas contra la Luz. Pero esto, como sabemos, es ontológicamente imposible.

Exsurge Domine

Frente a la abdicación de la autoridad civil, son muchos los grupos en todo el mundo que se están organizando para oponerse a las violaciones de las libertades fundamentales, denunciarlas donde sea posible, coordinar la ayuda a quienes se ven marginados a causa de su resistencia. No es una sustitución del poder, ni una forma de sedición: es la respuesta necesaria -a la espera de tiempos mejores- de quienes ven amenazado su futuro, sus bienes, su vida misma.

He considerado mi deber como pastor tomar una iniciativa similar en el ámbito eclesial, dando vida a la asociación Exsurge Domine, para contrarrestar la persecución especular que los sacerdotes y religiosos tradicionales se encuentran sufriendo por parte de la secta bergogliana a causa de su fidelidad a la Iglesia. de Cristo, hoy infestada de traidores, corruptos y mercenarios. Bajo mi patrocinio personal, Exsurge Domine quiere ayudar a los clérigos, religiosos, monjes y monjas privados de medios de subsistencia, expulsados ​​de sus monasterios, perseguidos por los Superiores por su vinculación a la Liturgia apostólica o porque no están dispuestos a renegar del carisma de su Orden. Párrocos que son expulsados ​​de su parroquia de la noche a la mañana, monjas a las que Roma impone una abadesa progresista, clérigos reducidos al estado laico sin un juicio regular y con acusaciones difamatorias: todas estas buenas almas, enamoradas del Señor y fieles a la Iglesia, tienen necesidad de ayuda material, apoyo espiritual, asistencia jurídica y canónica.

Les pido a todos ustedes que sean promotores de esta iniciativa entre sus conocidos y amigos, y que contribuyan según sus posibilidades a la financiación de nuestro primer proyecto: la construcción de una Aldea Monástica en la provincia de Viterbo, para acoger a la comunidad benedictina femenina de Pienza. Vuestro apoyo, incluso con la oración, permitirá que estos buenos sacerdotes y religiosos no sucumban a las purgas bergoglianas y puedan ejercer su ministerio o seguir el carisma que han elegido generosamente siguiendo la voluntad de Dios.

Conclusión

Quisiera concluir mi intervención refiriéndome precisamente a este lugar, Pontmain, donde el 17 de enero de 1871 se apareció la Virgen María, invocada bajo la advocación de Nuestra Señora de Francia.

Poco después -el 18 de marzo- la guerra franco-prusiana terminaría con la derrota de Napoleón III y los disturbios de ese mes darían lugar a la Comuna de París. En esa circunstancia, la Masonería francesa (de inspiración socialista y ligada a los centros culturales de poder) organizó una revolución (aquí), que sin embargo fue ahogada en sangre en el mayo siguiente por la intervención del gobierno de Versalles, a las órdenes de la Masonería inglesa (que en cambio es liberal y vinculada al poder institucional). Hoy esa brecha entre las distintas masonerías ha sido superada por un pactum sceleris que las une –concilium fecerunt in unum (Sal 70, 10)- con el fin común de completar la instauración del Nuevo Orden Mundial, premisa necesaria para el reino del Anticristo .

En la aparición en Pontmain la Santísima Virgen no dijo nada. A sus pies se despliega un pergamino en letras de oro: Orad, hijos míos. Dios les responderá muy pronto. Mi Hijo permite que Su Corazón se deje tocar. Pues bien, aún hoy estas palabras de consuelo siguen siendo válidas y verdaderas: el Señor responderá muy pronto, porque son muchas las almas buenas que, en esta fase de apostasía y crisis de autoridad, están despertando del letargo en el que también han permanecido durante demasiado tiempo.

El fraude infernal del globalismo está condenado al fracaso total: de eso no cabe la menor duda. La Babel del Nuevo Orden se derrumbará bajo el peso de sus mentiras, marca inequívoca de la obra del demonio. A nosotros nos espera la tarea de proclamar la Verdad, de recordar al mundo que la única salvación viene de Cristo, Príncipe de la Paz, a quien se le debe restituir el Señorío sobre las Naciones y sobre la Iglesia que le fue usurpado por una autoridad rebelde y corrupta. Que la Santísima Virgen, Reina de las Victorias y Mediadora de todas las Gracias, apresure el fin de esta tribulación, para que se cumplan sus palabras pronunciadas en Fátima en 1917: Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

Traducción al español por José Arturo Quarracino

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