Tercera entrevista de Aldo Maria Valli
Tercera entrevista
al Arzobispo Carlo Maria Viganò
tras las declaraciones de Bergoglio a la revista española 'Vida Nueva'
Excelencia, motus infine velocior [al final, el movimiento es más rápido] decimos a menudo respecto a la actitud de Francisco de licuar lo poco que queda de la doctrina católica y abrazar el pensamiento mundano. Las crónicas más recientes lo confirman, incluyendo otra entrevista, esta vez. ¿Cuál es su valoración?
La Jornada Mundial de la Juventud, celebrada este año en Lisboa, confirmó la aceleración del plan de Bergoglio para provocar un cisma. Sus últimos nombramientos, que calificar de provocativos es poco; las declaraciones de los futuros cardenales, encaminadas a confirmar la “revolución bergogliana”; la presencia de James Martin para propagar la aceptación de la ideología LGBTQ entre los jóvenes; la reciente declaración de Bergoglio a un transgénero: “Dios nos ama tal como somos, adelante” [aquí]: solo faltaba una entrevista en la que el argentino “se confiesa” ante una redacción de periodistas genuflexos y aturdidores para completar el cuadro [aquí].
El tono adorante de la entrevista es más que vergonzoso: lo cual, para alguien que dice detestar la hipocresía y el servilismo, sonaría trágico si no fuera grotesco. La empalagosa cortesía de los periodistas llega a describir a Bergoglio “como un cura villero acostumbrado a tratar lo mismo con una mujer que se desvive de sol a sol para sacar adelante a su familia que con un traficante de ‘paco’ que intenta enganchar a los chavales de la barriada”. Sin embargo, el proclive lirismo de Vida Nueva presenta el inconveniente de resaltar la aparente espontaneidad de las palabras del entrevistado, lanzadas como bombas de relojería a la espera de verlas detonar.
De la entrevista surge que Bergoglio esperaba cualquier cosa, menos que se convirtiera en Papa. Pero la historia dice algo muy diferente…
Sigo asombrado por las dotes literarias de Bergoglio: la sugestiva recreación de lo sorprendido que se sintió en la elección no concuerda con lo que ahora sabemos que sucedió en el Cónclave de 2013 y que ha sido confiado por un cardenal elector pero incapaz de revelarlo públicamente. Y al presentarse como un speculum totius humilitatis, habla de sí mismo como una “víctima de la Providencia y del Espíritu Santo”, como para imputar la desgracia de este “pontificado” a Dios mismo, y no a las maniobras de la Iglesia profunda con la mafia de San Galo, y del Estado profundo con los correos electrónicos de John Podesta y Hillary Clinton.
Y llegamos a las bombas de relojería… La primera bomba de relojería: “El Sínodo fue el sueño de Pablo VI. Cuando terminó el Concilio Vaticano II se dio cuenta de que la Iglesia en Occidente había perdido su dimensión sinodal”. Una forma de confirmar el carácter subversivo de la colegialidad del Vaticano II, como contrapeso al Primado petrino proclamado solemne e infaliblemente en el Concilio Vaticano I por el Beato Pío IX. Así supimos que la colegialidad episcopal teorizada por los innovadores en Lumen Gentium debía valerse precisamente del Sínodo de los Obispos como
órgano parlamentario sobre el modelo de las formas civiles de gobierno. En esencia, la aplicación en el ámbito eclesiástico del principio masónico difundido por la Revolución Francesa para derrocar a las Monarquías católicas.
“Se trata de andar adelante para recuperar esa dimensión sinodal que la Iglesia oriental tiene y que hemos perdido”, afirma Bergoglio. Pero esta “dimensión sinodal” es un término de la neolengua modernista para no admitir la subversión deliberada del Papado como forma monárquica de autoridad. Este es un ataque a la institución divina de la Iglesia, perpetrado por quien debería en cambio defenderla de los herejes. Estamos asistiendo a la demolición de la suprema autoridad docente y rectora del Romano Pontífice, vínculo de la unidad católica, por parte de aquel que se sienta en el Trono de Pedro y que actúa y es obedecido en virtud de la autoridad reconocida por el Romano Pontífice. Es como ver al jefe de bomberos ordenar a sus subalternos que viertan gasolina en el monte y lo prendan fuego, después de haber vaciado los tanques y drenado las reservas de agua.
Se habla también del Sínodo de 2001…
Sí, en la preocupante secuencia de las “reelaboraciones de la realidad” bergoglianas aparece también un recuerdo del Sínodo de 2001, cuando Bergoglio evoca este episodio: “Entonces el cardenal encargado de la coordinación venía, revisaba los papeles y empezaba a decir: ‘Esto no se vota… Esto tampoco’. Yo le respondía: ‘Eminencia, esto salió de los grupos…’”. Y el oyente ingenuo piensa: “Mira qué bueno es Bergoglio, que quiere que las bases digan a los obispos cuáles son los verdaderos problemas de los fieles, etc., etc.”, sólo para descubrir que lo que había “salido de los grupos” era presentado como tal, ni más ni menos como sucedió en el Sínodo de la Familia, para el que los documentos fueron
preparados por el círculo de Bergoglio y aprobados por él de antemano; y aún más evidentemente en el Sínodo de la Sinodalidad, para el que el cuestionario enviado a las diócesis, parroquias y grupos fue formulado de tal manera que excluía ciertas preguntas y orientaba las respuestas en la dirección deseada. Cuando Bergoglio asegura “Pero se ‘purificaban’ las cosas. Hemos ido avanzando y, hoy día, se vota y se escucha todo”, debemos entender que las trabas que antes representaban la Congregación para la Doctrina de la Fe u otras Congregaciones han sido eliminadas, bien por el nombramiento de herejes perfectamente alineados, bien por la expulsión de la Curia Romana de cualquier rol de coordinación en beneficio de las “iglesias nacionales” o de las Conferencias Episcopales, todas ellas ocupadas por herejes y corruptos esclavizados a Santa Marta.
“Tenemos también el ejemplo del Sínodo de la Familia. Desde fuera se nos impuso como gran tema la Comunión a los divorciados. En este caso, se dio aquello de la psicología de la onda, que buscaba expandirse. Pero, afortunadamente, el resultado fue mucho más allá… mucho más allá”. Más allá -diría yo-, como para suscitar la protesta formal de algunos cardenales y numerosos prelados, sacerdotes, religiosos y teólogos, frente al alejamiento de la doctrina tradicional en materia de adulterio, el concubinato público y la familia. No olvidemos la operación fraudulenta con la que algunos secuaces de Bergoglio fueron a sustraer de los buzones de los Padres sinodales el libro sobre los errores de Amoris lætitia en el que se denunciaban las interferencias en el desarrollo del Sínodo por parte de los progresistas.
También en las áreas donde es mayor la disidencia de los fieles y de los pastores al actual régimen del Vaticano, como África, por ejemplo, los roles clave han sido confiados por autoridad a personas que gozan del apoyo de Bergoglio, aunque totalmente inadecuadas para ocupar ciertos puestos de gran responsabilidad.
Parece, entonces, que la afirmación “En el Sínodo el protagonista es el Espíritu Santo” sirve para dar un aura de autoridad a las decisiones tomadas por Jorge Mario, que no tienen absolutamente nada de divino, y más bien se muestran como intrínsecamente opuestas al Magisterio católico.
En el transcurso de la entrevista se evoca un Concilio Vaticano III…
Sí, esto sucede cuando un periodista de Vida nueva pregunta provocativamente: “Este Sínodo de la Sinodalidad parece que lo abarca todo: desde propuestas para una renovación litúrgica a la necesidad de comunidades más evangelizadoras, pasando por una verdadera opción preferencial por los pobres, un compromiso real en materia de ecología integral, la acogida de los colectivos LGBTQ… ¿Se planteó en algún momento darle forma de Concilio Vaticano III?”. Nos horrorizaría incluso con solo escuchar la hipótesis de que un Sínodo pueda afrontar temas muy delicados -la reforma litúrgica y la evangelización de las comunidades- y otros completamente ajenos a los fines de la Iglesia, como “una verdadera opción preferencial por los pobres, una compromiso real en términos de ecología integral, acogida de colectivos LGBTQ”. Sin embargo, estos son los temas abordados en estos días en la JMJ 2023, con el adoctrinamiento criminal de miles de jóvenes sobre el tema de la emergencia ecológica y la ideología del despertar. Y son los temas -obsesivamente repetidos por los medios de comunicación, en las escuelas, en los lugares de trabajo, en la política- de la Agenda 2030 y del Gran Reinicio, ambos ontológicamente incompatibles con la Religión Católica porque son intrínsecamente anti cristológicos y anticristianos.
La respuesta de Bergoglio es inquietante: “No está madura la cosa para un Concilio Vaticano III. Y tampoco es necesario en este momento, puesto que se ha puesto todavía en marcha el Vaticano II. Este fue muy arriesgado y hay que ponerlo en marcha. Pero siempre está ese miedo que a todos se nos contagió, escondidamente, por parte de los ‘viejos católicos’ que, ya en el Vaticano I, se decían ‘depositarios de la verdadera fe’”.
¿Cuál es el objetivo final?
Hemos comprendido que el propósito principal de Bergoglio es el de sembrar división y destruir. Su modus operandi es siempre el mismo. En primer lugar, provoca artificialmente un “debate” sobre cuestiones que no pueden ser objeto de controversia en la Iglesia, al estar ya definidas por el Magisterio: por un lado, los ultra progresistas y, por otro, los conservadores. Los católicos tradicionales, como expliqué anteriormente, no siguen estos delirios de la neo Iglesia durante un tiempo y hacen muy bien. Luego dispone que lo que quiere obtener -una modificación doctrinal, moral, disciplinaria, litúrgica- sea propuesta por un mediador, aparentemente neutral, que intenta encontrar un compromiso, cuando en realidad complace al lado progresista. En este punto Bergoglio, desde arriba y como si recién entonces descubriera que hay una cuestión por aclarar sobre la que hace falta un pronunciamiento autorizado, impone un cambio que parece menos grave que el que habían pedido los ultra progresistas, pero que sigue siendo inadmisible para un católico, en ese momento obligado a desobedecer. Y su desobediencia se convierte instantáneamente en herejía o cisma, simplemente recordando los errores de los viejos católicos en el Vaticano I. Pero aquí está el engaño más traicionero: las desviaciones doctrinales de los vetero católicos son descartadas simplistamente por Bergoglio como una reivindicación de ser los “depositarios de la verdadera fe” -algo que, por otra parte, todo heresiarca ha tratado siempre de defender-, mientras que los vetero católicos han demostrado que comparten con la Iglesia bergogliana muchas más herejías que verdades en común con los tradicionalistas, empezando por el sacerdocio de las mujeres. Y sorprende que Bergoglio no recuerde que las reivindicaciones doctrinales de los vetero católicos comenzaron mucho antes del Concilio
Vaticano I, por cuestiones de nombramientos papales de obispos en los Países Bajos, pero pronto mostraron su concordancia con los modernistas, bien uniéndose al movimiento ecuménico protestante -firmemente condenado por la Iglesia católica-, bien teorizando un retorno a la “fe de la Iglesia indivisa del primer milenio”, tan querida por los defensores del Vaticano II.
Hemos entendido, pues, que la identificación de un enemigo -en este caso “los rígidos”, es decir, los católicos fieles al Magisterio inmutable- es el corolario de la deificación de la Revolución en la Iglesia: el Sínodo es obra del Espíritu Santo y Bergoglio es víctima de la Providencia. Así pues, o aceptamos la apostasía como querida por Dios -lo cual es absurdo, además de blasfemo- o acabamos ipso facto en el círculo de los enemigos de Bergoglio, mereciendo por eso mismo la condena reservada a los herejes y a los cismáticos. Extraña manera de entender la parresia y la inclusividad de la Iglesia de la misericordia.
La entrevista retoma también el tema de los “rígidos” que tan poco le gustan al Papa “Francisco no es, en modo alguno, ajeno a las resistencias a la reforma que tiene entre manos”, comenta un periodista. Y cita las palabras de un sacerdote [presente en la entrevista] “que tiene un pie en la Curia y otro en su diócesis”: “Me preocupa la rigidez de los curas jóvenes”, concluye Bergoglio. ¡Y ya está! Tranquilícese el lector, asombrado de que Bergoglio no se haya aventurado todavía en uno de sus monólogos contra los sacerdotes no tanto tradicionales, solo vagamente conservadores. Contra los rígidos, justamente, ha tejido desde los primeros días de su “pontificado” una serie irreproducible de improperios e insultos. La provocación del sacerdote “que tiene olor a oveja” -imagino que en vaqueros y zapatillas de tenis- es aprovechada por el histrión, que no tarda en replicar: “Reaccionan así porque tienen miedo ante un tiempo de inseguridad que estamos viviendo, y ese miedo no les deja andar. Hay que quitarles ese miedo y ayudarles”. Un enfoque psicoanalítico que deja estupefacto y que revela su voluntad de reprogramar al clero, justamente preocupado por un “momento de inseguridad” que dura ya sesenta años, para inducirlo a ceder a las innovaciones y desviaciones del Concilio. Pero las palabras de comprensión farisaica mutan inmediatamente en acusaciones e insinuaciones: “Por otro lado, esa coraza esconde mucha podredumbre. Ya he tenido que intervenir algunas diócesis de varios países con unos parámetros parecidos. Detrás de este tradicionalismo hemos descubierto problemas morales y vicios graves, dobles vidas. Todos sabemos de obispos que, como necesitan curas, han echado mano de personas a las que habían echado de otros seminarios por inmorales”.
Uno se queda asombrado frente a la decisión de Bergoglio por erradicar de los seminarios conservadores el vicio innombrable de los griegos, pero sin que quiera verlo incluso ante las denuncias de las víctimas del depredador serial McCarrick, abusador de seminaristas y clérigos jóvenes, junto con la mafia de color lavanda de sus adláteres, creados cardenales y promovidos a las cúpulas de los Dicasterios romanos. Y no parece que este nuevo Pedro Damián de Santa Marta considere merecedor de sus zancadillas al ex jesuita Rupnik, a quien se le ha levantado la excomunión por los gravísimos delitos e inconfesables sacrilegios con que se ha manchado. Si quieren ver a Rupnik en el cepo de una celda del Castel Sant’Angelo, póngale el sombrero romano en la cabeza.
Esta indulgencia de Bergoglio hacia sus protegidos -en cuyas filas aparece una larga lista de hermanos jesuitas, unidos por la herejía en el frente doctrinal y por la sodomía en el moral-, ¿no se explica quizás por el hecho de que cuando era maestro de novicios el argentino se comportaba de manera no muy distinta a la del ex arzobispo de Washington?
Qui legit intelligat [el que lee que entienda]. Olvidemos, entonces, las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio: “Ven, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco” (Mt 25, 21), y escuchemos a la “víctima del Espíritu Santo”: “No me gusta la rigidez porque es un mal síntoma de vida interior. El pastor no puede darse el lujo de ser rígido. […] Alguien me dijo hace poco que la rigidez de los sacerdotes jóvenes brota porque están cansados del actual relativismo, pero no siempre es así”. Y aquí encontramos repetido el cliché típico de los anticlericales del siglo XIX: quien se muestra virtuoso es un fariseo que esconde vicios inmundos, mientras que quien parece vicioso e inmoral es en realidad bueno y sólo necesita aceptación.
Aquí están entonces las “beatas Imeldas” -supongo que se refiere a la beata Imelda Lambertini, una monja dominicana que murió después de recibir milagrosamente la Sagrada Eucaristía que le trajeron en vuelo los Ángeles-, es decir, los sacerdotes de un mundo irreal e irreverente. modelo de religiosidad de monja ostentosa, que pone “cara de santita”, para oponerlos a los “seminaristas normales, con sus problemas, que juegan al fútbol, que no vayan a los barrios a dogmatizar”. Mejor un buen laico que un mal cura, resumían con menos hipocresía los que en el pasado se comían a los sacerdotes, sabiendo muy bien que la paradoja tenía que servir para estigmatizar a la mayoría de los buenos y no a la minoría de los malos.
Inquietante el comentario de la redacción de Vida Nueva: “Una vez ordenados esos sacerdotes identificados como ‘rígidos’, cómo se los acompaña para que se sumen al Vaticano II? Porque, en el fondo, sufren por no ser capaces de acoger lo que viene…”.
En efecto, parece que hablara un miembro del Comité Central del Partido Comunista de China hablando: ¿cómo reprogramar a estos sacerdotes, para obligarlos a aceptar las innovaciones del Concilio? Con chantaje, con autoritarismo, con intimidación y sobre todo mostrándoles lo que les pasa a los que no se rinden. Haciendo que “se ablanden”: “Hay gente que vive atrapadas en un manual de teología, incapaz de meterse en los problemas y hacer que la teología vaya adelante”. Para “meterse en líos”, como afirma Bergoglio, no hay que ser hereje ni corrupto, sino fiel al Magisterio, “atrapado en un manual de teología”. Y concluye con una de sus perlas de sabiduría: “La teología estancada me hace acordar eso de que el agua estancada es la primera que se corrompe, y la teología estancada crea corrupción”. Cabe señalar que este “estancamiento” de la teología es una prerrogativa de los innovadores, parados durante medio siglo en las instancias heréticas de los protestantes de principios del siglo XX, en las reivindicaciones sociales de la ‘opción preferencial por los pobres’ de los años setenta, sin poder comprender que la vitalidad de la Revelación católica es algo totalmente distinto respecto a la revolución permanente impuesta por el Vaticano II.
La solución propuesta por Bergoglio va en la dirección de una secularización de los institutos de formación clerical: “Tenemos que hacer hincapié en una formación humanística. Abrámonos a un horizonte cultural universal que los humanice. Los seminarios no pueden ser cocinas ideológicas. Los seminarios están para formar pastores, no ideólogos. El problema de los seminarios es serio”. Habría que recordar que las disciplinas “humanísticas” son las humanæ res et litteræ, y que la “humanización” de una educación secular y universal no tiene nada que ver con ello.
Sin decir que si un seminario no proporciona una formación intelectual y doctrinal – precisamente definida como “cocina ideológica”- los nuevos sacerdotes no tendrán nada nuevo que enseñar al mundo, haciéndose así inútiles y superfluos. Bergoglio demuestra una vez más que denuncia el comportamiento de los demás como reprobable, en el mismo momento en que él mismo lo adopta. En cuanto a la necesidad de privilegiar la relación del obispo con su grey, no se da cuenta de que sus palabras suenan a burla cuando afirma: “Ya han visto que en los nuevos nombramientos de obispos -no sólo en España, sino en todo el mundo- estoy aplicando un criterio general: una vez que un obispo es residencial y está destinado, ya está casado con esa diócesis. Si mira otra [si espera una transferencia], es ‘adulterio episcopal’. Quien busca un ascenso, comete ‘adulterio episcopal’”. Sin embargo, los obispos que son amados por sus fieles, como monseñor Joseph Eduard Strickland, en Texas, son objeto de intimidaciones y visitas apostólicas, con el objetivo de destituirles, obligándoles a renunciar. Con la paradoja de que el artífice del “adulterio episcopal” es el mismo Bergoglio, en su obsesión por homologar al episcopado a sus planes subversivos, promoviendo en las principales sedes a personajes corruptos: veamos la lista interminable de Cupich, Gregory, Tobin, McElroy, Tagle, Hollerich, Grech, Zuppi…
La entrevista del grupo toca también el tema del punto de inflexión verde…
Sí, inevitable. “Para noviembre, antes de que se celebre la Cumbre del Clima de Naciones Unidas en Dubái, estamos organizando un encuentro por la paz con los dirigentes religiosos en Abu Dabi. El cardenal Pietro Parolin está coordinando esta iniciativa, que busca hacerse fuera del Vaticano, en un territorio neutral que invite al encuentro de todos”. Porque -lo entendimos- lo importante es encontrarse, caminar juntos, “en un lugar neutral”, aunque el camino recorrido conduzca al abismo. Y bien sabemos que “neutro” significa ostentosamente acatólico, en el que no hay lugar para Nuestro Señor: bastaría el afán de Bergoglio por mostrarse en todos los acontecimientos abiertamente hostil a Cristo para comprender cuán completamente ajeno, ajeno, incompatible es él y heterogéneo con respecto al rol que cubre. Los únicos con los que no tiene piedad son los católicos, y especialmente los sacerdotes, porque tienen potestad de ofrecer el Santo Sacrificio a la Majestad divina y de derramar gracias infinitas sobre la Iglesia, que estorban los planes de los operadores de la iniquidad.
¿Qué prevé para el futuro inmediato?
Preparémonos para un crescendo de provocaciones sin precedentes: bombas de relojería a punto de estallar para sembrar desorientación, confusión, división. Pero preparémonos también para el despertar de las conciencias, sobre todo de los fieles y del clero, pero -si Dios lo quiere- también de algunos obispos, frente a tales enormidades, en defensa de la Iglesia de Cristo. Puede ser que muy pronto tengamos a nuestro lado a personas valientes, honestas y buenas que ya no pueden acompañar los desvaríos de una secta de herejes sin fe, sin esperanza y sin caridad.
© Traducción al español por: José Arturo Quarracino