Las blasfemias de Spadaro
Las blasfemias de Spadaro
Comentario a un artículo del Padre Antonio Spadaro sj
aparecido en el ``Fatto Quotidiano`` del 20 de agosto de 2023
En las palabras de Spadaro aflora, como revolviéndose en un charco de aguas residuales, la escoria del peor Modernismo que durante más de un siglo infesta a la Iglesia. Ese Modernismo nunca fue extirpado definitivamente de los seminarios y de los ateneos autodenominados católicos, al que una secta de herejes y extraviados ha erigido el tótem del Concilio, sustituyendo dos mil años de Tradición.
Hasta hace algún tiempo, esta “síntesis de todas las herejías” intentaba hacerse presentable, omitiendo manifestar la índole anticristiana, que sin embargo le era consustancial: todavía existía el riesgo de que algún prelado vagamente conservador y aún no plenamente comprometido con la causa pudiera darse cuenta de su peligrosidad intrínseca. Ciertamente, la divinidad de Cristo era considerada un deseo surgido de la exigencia de lo sagrado por parte de la “comunidad primitiva”, Sus milagros eran exageraciones, Sus palabras metáforas; por otra parte, “no había grabadores”, como dijo Arturo Sosa, el prepósito general de la Compañía de Satanás.
Hoy, protegidos por un jesuita que violando la Regla de San Ignacio ocupa el Trono de Pedro, los peores seguidores de esta secta se sienten libres de dar rienda suelta a sus alaridos y llegan, en un delirio, a blasfemar a Jesucristo, ya convertido en objeto de inquietantes epítetos por parte de Bergoglio. “Jesús se hizo serpiente, se hizo diablo”, dijo hace un tiempo el argentino. Se hace eco de él Spadaro, quien con la arrogancia de quien se cree impune se atreve a definir a Nuestro Señor como “enfermo y prisionero de la rigidez y de los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo”, “indiferente al sufrimiento, enojado e insensible; inquebrantablemente duro; teólogo sin misericordia; burlón e irrespetuoso; cegado por el nacionalismo y por el rigorismo teológico”. Es inútil explicar a estas mentes enredadas lo que los Santos Padres han enseñado sobre el pasaje evangélico de la cananea: solo les interesa mantener en alto sobre su pedestal el ídolo del Vaticano II; y poco importa si para defender sus errores tienen que pisotear al Hijo de Dios, ofendiéndolo y blasfemándolo como ni siquiera los peores heresiarcas del pasado se habían atrevido a hacerlo.
La de Spadaro no es una simple provocación -algo ya de por sí inaudito-, sino la manifestación, la epifanía, como la llamaría algún “teólogo” de Santa Marta, de una “Iglesia” contra natura con sus falsos dogmas, sus preceptos mendaces, su predicación engañosa, sus ministros corruptos y corruptores. Una “Iglesia contra natura” proclive al Anticristo, a todo lo que represente la negación y el desafío al Señorío de Dios sobre el hombre. Orgullo. Orgullo luciferino. Orgullo que no conoce límites ni frenos.
La secta que eclipsa a la Iglesia de Cristo ya no se esconde: se muestra y pretende sustituir definitivamente a la verdadera Iglesia, muestra sus ídolos y exige que sean adorados, al precio de renegar del Salvador mismo, refutar su divinidad, juzgar su acciones y criticar sus palabras.
Pero si los simples y sencillos ya han comprendido que el precio de esta ὕβρις es la νέμεσις, la casi totalidad de los Pastores – cardenales, obispos, sacerdotes – se dan vuelta y miran hacia otro lado. Saben bien que su cobardía, su conformismo, su deseo de no parecer retrógrados los han hecho corresponsables de esta revolución infernal, que podrían haber detenido en su momento; pero como también ellos participaron durante sesenta años en el culto del Concilio, prefieren continuar el camino emprendido hacia la ruina de la Iglesia y de las almas, antes que detenerse y volver al punto en el que se desviaron del camino. De este modo, terminan prefiriendo el triunfo de los malvados -y con ello la difamación blasfema de Jesucristo- a la humilde admisión de estar equivocados. Prefieren dejar que se diga que Nuestro Señor se equivocó, “cegados por el rigorismo teológico”, antes que reconocerse prisioneros de los errores y herejías del Modernismo.
La medida está colmada y ha llegado el momento de elegir de qué lado estar. Con Bergoglio y Spadaro, con el Sínodo sobre la Sinodalidad, con una Iglesia humana y falsa esclavizada al Nuevo Orden Mundial, o con Dios, Su Iglesia y Sus Santos. Y si miramos más de cerca, ya resulta inaudito tener que plantear la hipótesis de que los católicos –no me refiero a sacerdotes o prelados– puedan considerar posible tener una opción.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
27 de agosto de 2023
Dominica XIII Post Pentecosten