Aborto, “sacramento” de Satanás

Mons. Carlo Maria Viganò

Aborto, “sacramento” de Satanás

11 de Setiembre de 2023

A causa del aborto se puede ir a la cárcel: esta es la pena que se impone en algunos Estados a los que permanecen en oración silenciosa frente a una clínica donde se matan bebés. Pero no se va a la cárcel si se mata a una criatura inocente. 

A causa del aborto se puede padecer discriminación: es el estigma social que pesa sobre quienes piensan en la vida del niño asesinado en el vientre materno, considerado “un bulto de células” hasta que está a punto de salir a la luz, y para algunos asesinos en los gobiernos incluso después de nacer. 

No lo llaman aborto: lo llaman “salud reproductiva” e “interrupción del embarazo”. Es la obligación impuesta por lo políticamente correcto con su neolengua orwelliana. Y quien disimula el horrible crimen contra vidas inocentes detrás de una expresión aséptica también está a favor de la mutilación de personas –y de niños prepúberes– para parecer lo que no son con amputaciones y terapias devastadoras: lo llaman “transición de género”. Quienes están a favor del aborto y de la mutilación de los niños también están a favor de matar a los enfermos, a los ancianos, a los dementes, a los discapacitados y a cualquiera, a cualquier edad, que el Estado o el individuo consideren indigno de la vida: no es asesinato legalizado, sino “eutanasia”, “acompañamiento al exitus”. Durante la farsa de la psico pandemia, un país del norte de Europa también invitó a los ancianos a no sobrecargar el Servicio de Salud, enviándoles a su casa un kit para que se apartaran sin molestar a nadie y asegurando el pago del funeral.

Muerte. Sólo muerte. Muerte antes de nacer. Muerte durante la vida. Muerte antes de morir naturalmente. Es significativo que quienes están a favor de la muerte de inocentes (niños, enfermos, ancianos) están en contra de la pena de muerte. Podemos ser considerados indignos de vivir porque somos pobres, porque somos viejos, porque no somos queridos por quienes nos concibieron; pero si se masacra a personas o se cometen crímenes horrendos, la pena capital se considera bárbara.

Curiosamente, en esta frenética incitación al suicidio y al asesinato, en esta imposición de la muerte sobre la vida, los gerontes de la élite globalista son una excepción, esos viejos multimillonarios muy poderosos que, atrincherados en sus fortalezas vigiladas por guardias armados, no se resignan a morir, y recurren a todo, incluso a los medios más abominables, para parecer jóvenes, para no ver su cuerpo en descomposición, para asegurarse una “vida eterna” en la nube del transhumanismo. A la élite también le gustaría mandar sobre la vida, la vejez y la enfermedad. 

Deberíamos empezar a comprender que los teóricos de esta enorme masacre que se prolonga durante décadas y nos sumerge nuevamente en la barbarie del peor paganismo no se consideran parte del exterminio: ninguno de ellos fue abortado; a ninguno de ellos se le dejó morir sin tratamiento; a ninguno de ellos se le impuso la muerte por orden judicial. Somos nosotros, son ustedes y sus hijos, sus padres, sus abuelos los que deben morir, y los que deben sentirse culpables porque están vivos, porque existen y producen CO2.

En la Edad Media los frescos de algunas iglesias, monasterios o edificios públicos proponían el tema del Triunfo de la Muerte como referencia a las Realidad Ultimas. La muerte es una certeza de la condición humana que debe impulsarnos a vivir bien para morir bien y merecer la bienaventuranza eterna, sabiendo que después de la muerte hay un Juicio inapelable con el que seremos destinados para siempre al Paraíso o al Infierno, según cómo hayamos vivido. El motivo de este odio por la vida de los demás por parte de la élite no es el fruto de una mentalidad utilitaria; la “cultura del descarte” evocada por “alguien” no se debe al Triunfo de la Muerte, derrotada para siempre por el Señor de la Vida. Es causada por el delirio satánico de sustituirse a Dios, después de haberlo negado y traicionado. Nos lo confesó uno de los ideólogos del pensamiento globalista, Yuval Noah Harari, judío, homosexual, “casado” con un hombre, vegano, teorizador de una religión transhumana y luciferina que borra a Dios del horizonte humano y permite a los tiranos del Nuevo Orden Mundial ocupar Su lugar a la hora de decidir qué es justo y qué no, quién debe vivir y quién debe morir, quién puede viajar y quién no, cuánto puede gastar cada uno de nosotros, cuánto dióxido de carbono podemos producir, si y cómo cuántos hijos se puede tener y a quienes deben comprárselos, después de haber masacrado a los propios aspirándoles el cerebro o cortándolos en pedazos antes de salir del vientre materno. Ellos deciden también que se puede abortar a un niño hasta un instante antes de dar a luz, porque han encontrado el modo de ganar dinero vendiendo los órganos y tejidos a laboratorios o a empresas farmacéuticas: es uno de los mercados más florecientes para las clínicas abortistas, además de las subvenciones públicas y privadas para seguir matando niños.

Nuestras naciones, antaño cristianas, han apostatado de la Fe, gracias a la cual nuestros padres construyeron la Civilización cristiana, sobre las ruinas del paganismo y de la idolatría. Es sólo gracias a la Fe en Cristo que los pueblos han dejado de matar a sus hijos mediante el aborto, del mismo modo que los inmolaban en sus altares para aplacar a los demonios. Es sólo gracias a nuestra santa Religión que las madres han tenido como modelo a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra: Mater misericordiæ, Mater divinæ gratiæ, Mater purissima, castissima, inviolata, intemerata, amabilis, admirabilis. Hoy, con solo pronunciar la palabra “madre” se desata el odio de la Serpiente hasta el punto de querer borrarla de la boca de nuestros hijos: porque en esa palabra se encierra aquel vínculo inefable y divino que hizo posible la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen Inmaculada, ese Fiat humilde, obediente y generoso que sancionó el fin del reino del pecado y de la muerte.

Pero esta apostasía, presentada como progreso de civilización y de democracia; celebrada en nombre de la dignidad humana y de la libertad religiosa; exaltada por una Jerarquía corrupta y servil a la élite, no es neutralidad ante Dios y la Moral: es una rebelión satánica contra Dios, un Non serviam gritado desde los parlamentos, los tribunales, las cátedras escolares, las páginas de los periódicos y los quirófanos. 

El aborto es un acto de adoración a Satanás. Se trata de un sacrificio humano ofrecido a los demonios, como lo afirman con orgullo los mismos seguidores de la “iglesia de Satán”, que en los Estados americanos donde el aborto está prohibido reivindican que pueden utilizar fetos abortados en sus ritos infernales. Por otro lado, en nombre del secularismo se derriban las cruces y las estatuas de la Virgen y los santos, pero en su lugar comienzan a aparecer imágenes espantosas de Bafomet. 

El aborto es un crimen horrendo porque, además de la vida terrenal, priva al niño de la visión beatífica, relegándolo al limbo por carecer de la gracia bautismal. El aborto es un crimen horrendo porque pretende arrebatar a Dios almas que Él quiso, creó, amó y por las que ofreció su vida en la Cruz. El aborto es un crimen horrendo porque hace creer a la madre que es lícito matar a la criatura que sobre todo debería defender a costa de su propia vida. Y con tal crimen esa madre se hace asesina y si no se arrepiente se condena a sí misma a la condenación eterna, experimentando muy a menudo incluso en su vida cotidiana los remordimientos más atroces. El aborto es un crimen horrendo porque ataca al inocente precisamente por su inocencia, recordando los asesinatos rituales de niños cometidos en las sectas de ayer y de hoy. Sabemos muy bien que la cábala globalista está vinculada al pactum sceleris de la pedofilia y otros crímenes horrendos, y que los miembros del poder, las altas finanzas, el espectáculo y la información están vinculados a ese pacto.

El mundo chorrea sangre inocente, derramada por una élite de subversivos devotos de Satanás y enemigos declarados de Cristo. Cuando oigo a ciertos obispos legitimar leyes -como la 194 en Italia- que permiten el aborto bajo ciertas condiciones, me pregunto cómo pueden considerarse católicos. Ninguna ley humana puede pisotear jamás la ley divina y natural, las cuales mandan: No matarás. Ninguna nación puede esperar prosperidad y concordia mientras permita esta matanza cotidiana ante el silencio cómplice de políticos que se dicen “católicos”, pero que contradicen el Evangelio aprobando leyes inicuas. Prohibir el aborto debe ser la primera iniciativa de cualquier gobernante que quiera oponerse al Nuevo Orden Mundial esclavizado a Satanás. Luchar por ello debe ser un compromiso inquebrantable de todo católico digno del Bautismo.

Nuestro Señor dijo de sí mismo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. El lema del Príncipe de este mundo podría ser: Yo soy el Abismo, la Mentira, la Muerte. Rechacemos el aborto y habremos quitado al Adversario el principal instrumento de su aparente triunfo infernal. Rechacemos el aborto y tendremos millones de almas que podrán amar y ser amadas, realizar grandes cosas, hacerse santas, luchar a nuestro lado y merecer el Cielo.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo 

 

 

© Traducido por José Arturo Quarracino

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