Homilia en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Mons. Carlo Maria Viganò

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

14 de Septiembre de 2023

Arbor decora et fulgida,
ornata Regis purpura,
electa digno stipite
tam sancta membra tangere.

[Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
Árbol ornado con la regia púrpura,
Y destinado a que su tronco digno
Sintiera el roce de los miembros santos!]

 

Lo que Cicerón definió como “el suplicio más terrible e infamante”, el castigo reservado a los esclavos y que los romanos contemplaban con horror, se ha convertido para los cristianos en motivo de gloria: Mihi autem absit gloriari, nisi in cruce Domini nostri Jesu Christi: per quem mihi mundus crucifixus est, et ego mundo [En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!] (Gal 6, 14) exclama San Pablo. El Introito de la Misa de hoy nos recuerda que nuestra salvación, nuestra vida y la resurrección  reside en la Cruz, y que por ella hemos sido salvados y liberados.

Desde el año 335 d. C. la Iglesia celebra solemnemente la fiesta de la Santa Cruz, antiguamente igual en dignidad a la Pascua y a la Epifanía, cuando el Leño Sagrado fue encontrado por la emperatriz Santa Elena, madre de Constantino. La fiesta de la ὕψωσις, la exaltación de la Cruz, fue adoptada por el emperador Heraclio en 612, pero dos años más tarde los persas incendiaron Constantinopla y su rey Cosroes II tomó posesión de la Cruz e hizo un faldistorio con su madera, como un señal de desprecio. En 628 Heraclio, victorioso sobre los persas, llevó la Santa Cruz primero a Constantinopla y luego a Jerusalén.

Los textos de la liturgia reflejan todavía el carácter penitencial y la tristeza del momento en que el Imperio Bizantino, afectado por la guerra contra los persas, vio robada y profanada la Santa Cruz, que hasta entonces portaba al frente del ejército cristiano. También nosotros hoy nos encontramos afectados por estos dos sentimientos: por un lado, la alegría por el triunfo de la Cruz de Cristo; por el otro, el dolor por el estado en el que se encuentran las Naciones y la propia Iglesia. Nosotros también vemos nuevos Cosroes profanando el símbolo de la Redención por parte de invasores de la sociedad civil y del cuerpo eclesial. Y lo que más nos duele es presenciar esta perversa profanación en el silencio o con la complicidad de la Jerarquía de la Iglesia, esclava del enemigo y traidora a Cristo.

El odio de Satanás contra Nuestro Señor se desata precisamente contra la Santa Cruz porque, como escribe San Anselmo, “por Ti el infierno está despojado; está cerrado, para todos los que han sido redimidos en Ti. Por Ti los demonios están aterrorizados, comprimidos, derrotados, aplastados. Por Ti el mundo se renueva, se embellece, en virtud de la verdad que brilla y de la justicia que reina en Él. Por Ti la naturaleza humana pecadora está justificada: fue condenada y está salvada; ella era esclava del pecado y del infierno y está liberada; ella había muerto y ha resucitado. Por Ti es restaurada y perfeccionada la bendita Ciudad celestial. Por ti Dios, Hijo de Dios, quiso que obedeciéramos al Padre hasta la muerte (Fil 2, 8-9). Por eso Él, elevado de la tierra, tenía un nombre que está sobre todo nombre. Por ti ha preparado su trono (Sal 9, 8) y ha restablecido su reino”.

Pero este odio infernal nada puede contra la Cruz de Cristo: las tribulaciones actuales -a las que todos estamos sometidos para merecer el Cielo siguiendo al divino Maestro en el camino del Calvario- terminarán como terminaron las violencias y profanaciones de Cosroes y de todos los tiranos lanzados desde el Infierno contra la Iglesia y la sociedad cristiana.

En la base del Obelisco Vaticano, sobre el cual están colocadas las reliquias de la Vera Cruz, está escrito: Ecce Crux Domini: fugite partes adversæ. Vicit Leo de tribu Juda [¡He aquí la Cruz del Señor: Huid enemigos de la salvación!
Venció el León de la tribu de Judá]. Y también: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat, Christus ab omni malo plebem suam defendat [Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, Cristo defiende a su pueblo de todo mal]. Victoria y derrota, triunfo y horca, vida y muerte: estas son las contradicciones aparentes que acompañan nuestra vida terrenal. ¿Por qué?

Victorias alternativas: de nuestra alma sobre las tentaciones; de la civilización cristiana sobre el mundo impío y pagano; de la Santa Iglesia Militante sobre sus enemigos internos y externos. Triunfos silenciosos de la Gracia, que se derrama sobre las almas al brotar del costado abierto del Salvador crucificado. Es el Señor de la Vida quien, sufriendo los indecibles tormentos de la Pasión, clava en este Leño bendito la antigua Serpiente, para que el árbol que marcó nuestra condenación con la desobediencia de Adán en los albores de la historia de la humanidad sea suplantado por el árbol salvífico de la Cruz y por la obediencia del nuevo Adán y por la mediación de la nueva Eva, María Santísima.

Juan Crisóstomo escribió: “Los reyes, despojándose de sus diademas, toman la Cruz, símbolo de la muerte de su Salvador; en el morado, la Cruz; en sus oraciones, la Cruz; sobre el altar sagrado, la Cruz; en todo el universo, la Cruz. La Cruz resplandece más que el sol”. Postrémonos, pues, ante este Leño y repitamos con las palabras del himno: ¡O Crux ave, Spes única! [¡Salve, oh Cruz, única Esperanza] Será esta Cruz santísima la que besaremos en la agonía de la muerte; será esta Cruz la que veremos aparecer gloriosa al final de los tiempos, cuando todas las cosas serán recapituladas en Cristo. Y que así sea.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

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