Consideraciones sobre Fiducia supplicans

Mons. Carlo Maria Viganò

Consideraciones

respecto al documento vaticano “Fiducia supplicans”
sobre la licitud de la bendición de las parejas irregulares

Cuando el demonio trata de persuadirnos a pecar, enfatiza el presunto bien de la mala acción que quiere que hagamos, pero eclipsando sus aspectos necesariamente contrarios a los Mandamientos de Dios. No nos dice: Peca y ofende al Señor que murió por ti en la Cruz, porque sabe que una persona normal no quiere el mal en sí, sino que suele hacer el mal bajo la apariencia del bien.

Esta estrategia de engaño se repite invariablemente. Para inducir a una madre a abortar, Satanás no le pide que se alegre del asesinato del niño que lleva en su seno, sino que piense en las consecuencias del embarazo, en el hecho de que perderá su empleo, o que es demasiado joven e inexperta para criar y educar a un hijo; y casi parece como que esa madre, al hacerse asesina e infanticida, muestra un sentido de responsabilidad al querer evitar a la inocente criatura una vida sin amor. Para convencer a un hombre al adulterio, el espíritu tentador le muestra las supuestas ventajas de encontrar una salida en una relación extramatrimonial, en beneficio de la paz en la familia. Para inducir a un sacerdote a aceptar las desviaciones heréticas de sus superiores, resalta la obediencia a la autoridad y a la preservación de la comunión eclesial.

Estos engaños sirven, obviamente, para arrastrar a las almas lejos de Dios, para borrar en ellas la Gracia, mancharlas con el pecado, embotar su conciencia, de modo que la próxima caída sea tanto más casual cuanto más grave es. En cierto modo, la acción del demonio actúa como la “ventana de Overton”, haciendo menos horrible la ofensa a Dios, haciéndonos creer que el castigo que nos espera es menos terrible y más aceptables las consecuencias de nuestra culpa. Nos “dice” que el Señor es bueno: perdona a todos, nos susurra, cuidándose mucho de que no pensemos en la Pasión de Cristo, en que cada golpe de látigo, cada bofetada, cada espina clavada en su cabeza, cada clavo clavado en su carne es fruto de nuestros pecados. Y entonces, si cedes a la tentación, no es tu culpa, sino de tu fragilidad. Y una vez hundida, pecado tras pecado, en el hábito del mal y del vicio, el alma se deja arrastrar cada vez más abajo, hasta que la exigencia del demonio se presenta en todo su horror: Rebélate contra Dios, recházalo, blasfémalo, ódialo, porque te ha privado de tu derecho a la felicidad con preceptos opresivos. Este es, bien mirado, el elemento recurrente en la tentación, desde el pecado de Adán: mostrar el mal bajo las falsas apariencias de bien, y el bien como un molesto obstáculo para el cumplimiento de la propia voluntad rebelde.

La Iglesia, que es Madre, sabe bien lo peligroso que es para un alma cristiana ignorar esta estrategia infernal. Confesores, directores espirituales y predicadores consideraron imprescindible explicar a los fieles cómo actúa el demonio, para que comprendiesen con la inteligencia el fraude del maligno, a fin de que pudiesen oponerse a él con la voluntad, ayudados en esto con la oración asidua y la frecuentación de los Sacramentos. Por otra parte, ¿cómo podríamos imaginar a una madre animando a su hijo a no progresar en el amor de Dios, y asegurándole que el Señor le concederá la salvación sin ningún condicionamiento? ¿Qué madre asistiría a la ruina de su hijo, sin intentar amonestarlo e incluso castigarlo, para que comprenda la gravedad de sus actos y no se haga daño para toda la eternidad?

La delirante Declaración Fiducia supplicans, recientemente publicada por la parodia del ex Santo Oficio rebautizado Dicasterio, rasga definitivamente el manto de hipocresía y engaño de la Jerarquía bergogliana, mostrando a estos falsos pastores tal como son: siervos de Satanás y sus celosísimos aliados, empezando por el usurpador que –abominación de la desolación– se sienta en el Trono de Pedro. El mismo incipit del documento suena, como todos los emitidos por Bergoglio, burlón y engañoso: porque la confianza en el perdón de Dios sin arrepentimiento se llama presunción de salvación sin méritos y es un pecado contra el Espíritu Santo.

La falsa preocupación pastoral de Bergoglio y de sus cortesanos respecto a los adúlteros, concubinarios y sodomitas debe ser denunciada en primer lugar por los presuntos beneficiarios del documento vaticano, que son las primeras víctimas del sulfuroso fariseísmo conciliar y sinodal. Son sus almas inmortales las que son sacrificadas al ídolo woke, porque en el Día del Juicio particular descubrirán que han sido engañadas y traicionadas por los  que en la tierra ostentan la autoridad de Cristo. La culpa que el Señor imputará a estos desventurados no se referirá solamente a los pecados que hayan cometido, sino también y sobre todo en haber querido creer en una mentira diabólica, en un fraude de falsos pastores -empezando por Bergoglio y Tucho- que su conciencia les había mostrado como tal. Una mentira en la que quieren creer muchos miembros de la Jerarquía, que esperan tarde o temprano recibir la misma bendición junto a sus cómplices en el vicio, ratificando ese estilo de vida sacrílego y pecaminoso que ya practican, y con el ostentoso consentimiento de Bergoglio.

El hecho de que la Declaración de Tucho Fernández, aprobada por Bergoglio, reitere que la bendición de una pareja irregular no debe parecerse a una forma de rito nupcial, y que el Matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer, forma parte de la estrategia del engaño. Porque no está en cuestión aquí si el Matrimonio puede ser contraído por dos hombres o dos mujeres, sino de si las personas que viven en un estado de pecado grave pueden merecer como pareja irregular una bendición impartida por un diácono o por un sacerdote, con el único cuidado de que no dé la impresión de ser una celebración litúrgica. Toda la atención del Sanedrín vaticano está dirigida a tranquilizar al pueblo cristiano que no quiere oficializar nuevas formas de matrimonio, mientras que se pasa totalmente por alto el estado de pecado mortal y de grave escándalo de quienes deberían recibir la bendición, y el peligro de condenación eterna que se cierne sobre esas pobres almas. Por no hablar del impacto social que esta Declaración tendrá en quienes no son católicos y que, gracias a ella, se sentirán autorizados a excesos mucho peores. Hay que preguntarse si en esta carrera para legitimar la sodomía -lograda sin llegar a la celebración de matrimonios entre sodomitas- hay un conflicto de intereses en quienes la proponen con tanta insistencia: como si los gobernantes se protegieran con un escudo penal antes de imponer a la población un suero génico experimental del que no ignoran sus efectos adversos.

Es innegable que esto constituye un bello despertar para los llamados conservadores, al encontrarse descaradamente burlados por el prefecto Tucho, al que le preocupa que la bendición de una pareja no parezca un matrimonio, pero no tiene nada que decir sobre la pecaminosidad intrínseca del concubinato público y de la sodomía. Lo importante es que los moderados -defensores del Vaticano II- pueden darse por satisfechos con ese epílogo jesuítico (en este caso que esas bendiciones espontáneas y no rituales no son un Matrimonio) que se supone salva la doctrina sobre el Papado mientras lleva a las almas a la condenación. Para los sacerdotes que no acepten bendecir a estos desventurados se abren dos caminos: el primero, ser expulsados de la parroquia o de la diócesis ad nutum Pontificis; el segundo, resignarse a trocar su derecho a disentir a cambio del reconocimiento del derecho de otros cofrades a aprobar; algo, por otra parte, ya visto en el ámbito litúrgico con Summorum Pontificum. En definitiva, la de Bergoglio es una válvula de escape de la Fe, donde se encuentra de todo, desde los ritos de la Semana Santa anterior a 1955 hasta las “eucaristías” LGBTQ, con la condición de que no se cuestione nada de su “pontificado”.

A esto se agrega el escándalo para los católicos que, frente a los horrores de la secta de Santa Marta, se sienten tentados de abrazar el cisma o de abandonar la Iglesia. Y de nuevo: ¿con qué amargura y sensación de desencanto mirarán a Roma quienes, conscientes de su propia situación de irregularidad objetiva, han intentado e intentan con todas sus fuerzas y con la Gracia de Dios no pecar y vivir conforme a los Mandamientos? ¿Cómo se sentirán los que piden una voz paterna que les exhorte a continuar por el camino de la santidad, y no el reconocimiento ideológico de sus vicios que saben que son incompatibles con la Moral natural?

Preguntémonos: ¿qué quiere conseguir Bergoglio? Nada bueno, nada verdadero, nada santo. No quiere que las almas se salven; no proclama el Evangelio oportuna e inoportunamente para llamar a las almas a volver a Cristo; no les muestra al Salvador flagelado y ensangrentado para estimularlas a cambiar de vida. No. Bergoglio quiere su condenación, como un tributo infernal a Satanás y un desafío descarado a Dios.

Pero hay un propósito más inmediato y sencillo de conseguir: provocar a los católicos para que se alejen de su Iglesia y le dejen vía libre para transformarla en la concubina del Nuevo Orden Mundial. Mujeres sacerdotes, bendiciones a homosexuales, escándalos sexuales y financieros, el negocio de la inmigración, las campañas de vacunación forzada, la ideología de género, el ecologismo neomalthusiano y la gestión tiránica del poder son las herramientas con las cuales escandalizar a los fieles, asquear a los que no creen y desacreditar a la Iglesia y al Papado. Sea como sea, Bergoglio ya ha logrado su objetivo, que es además el requisito previo para asegurarse el consenso de los herejes y fornicarios que lo reconocen como Papa y expulsar cualquier voz crítica.

Si en verdad este Documento, junto con otros pronunciamientos más o menos oficiales, tuviera como finalidad el bien de los adúlteros, concubinos y sodomitas, debería haberles señalado el heroísmo del testimonio cristiano, recordarles la inmolación de sí que Nuestro Señor pide a cada uno de nosotros, enseñarles a confiar en la Gracia de Dios para superar las pruebas y vivir de acuerdo con Su Voluntad. En cambio, les anima, les bendice como irregulares, como si no lo fueran; pero al mismo tiempo les priva de las nupcias, y de este modo admite que son irregulares. Bergoglio no les pide que cambien de vida, sino que autoriza una farsa grotesca en la que dos hombres o dos mujeres podrán presentarse ante un ministro de Dios para ser bendecidos, junto con sus familiares y amigos, y luego celebrar esta unión pecaminosa con un banquete, el corte de la torta, los souvenirs. Pero que quede claro que no son nupcias.

Me pregunto qué impedirá, dentro de algún tiempo, que esta bendición se imparta no a una pareja, sino a más personas, en nombre del poliamor; o a menores, en nombre de la libertad sexual que la élite globalista está introduciendo a través de la ONU y otras organizaciones internacionales subversivas. ¿Bastara con precisar que la Iglesia no aprueba las uniones polígamas ni la pedofilia, para permitir que se bendiga a polígamos y pedófilos? ¿Y por qué no extender este truco también a los que practican la zoofilia? Siempre sería en nombre de la acogida, de la integración, de la inclusividad.

La misma falsificación diabólica está teniendo lugar para las mujeres sacerdotes. Aunque por un lado el Sínodo sobre la sinodalidad no afrontó la ordenación de mujeres, ya se está planificando una forma de “ministerio no ordenado” que les permita presidir celebraciones espurias con el pretexto de que ya no hay sacerdotes ni diáconos. También en este caso los fieles ven en el altar a una mujer con toga que lee el Evangelio, predica, distribuye la Comunión como lo haría un sacerdote, pero sin serlo. Y con la nota a pie de página vaticana de que se trata de un ministerio que no cuestiona el sacerdocio católico.

La falsedad y la hipocresía es la marca de la Iglesia conciliar y sinodal, de esta secta de rebeldes y pervertidos. Su propósito es intrínsecamente malo, porque anula el honor a Dios, expone a las almas al peligro de condenación, les impide hacer el bien y las incita a hacer el mal. Los bergoglianos que continúan siguiendo la doctrina y los preceptos de la Iglesia católica están fuera de lugar y tarde o temprano acabarán separándose de ella o claudicando.

La Iglesia católica es la única arca a través de la cual el Señor ha dispuesto la salvación y santificación de la humanidad. Donde actúa y opera para su propia condenación no es la Iglesia, sino su falsificación blasfema. Lo mismo vale para el Papado, que la Providencia ha querido como vínculo de Caridad en la Verdad, y no como instrumento para dividir, escandalizar y condenar a las almas.

Exhorto a todos los que están investidos de la dignidad cardenalicia, a mis Hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, a los clérigos y a los fieles a oponerse firmemente a esta loca carrera hacia el abismo a la que una secta de apóstatas renegados querría obligarnos. Ruego a los Obispos y a los Ministros de Dios -por las Santísimas Llagas de Nuestro Señor Jesucristo- no sólo que alcen con fuerza su voz para defender la enseñanza inmutable de la Iglesia y condenar las desviaciones y las herejías, bajo cualquier disfraz con el que puedan presentarse; pero también que adviertan a los fieles e impidan estas bendiciones sacrílegas en sus diócesis. El Señor nos juzgará sobre la base de su santa Ley, no sobre las seducciones farisaicas de quienes sirven al Enemigo.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

20 de diciembre de 2023
Feria IV Quattuor Temporum Adventus

© Traducción al español por José Arturo Quarracino

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