Habemus Papam?

Mons. Carlo Maria Viganò

Habemus Papam?

Notas al último ensayo del profesor Massimo Viglione

Habemus Papam? El reciente ensayo del profesor Massimo Viglione plantea una pregunta que hace sólo once años era inconcebible e impensable para el católico promedio y tal vez incluso para un canonista, desde el momento que los errores y las desviaciones del Vaticano II aún no se habían hecho evidentes en sus evidencia disruptiva, llegando ser afirmados en forma explícita por quien debería haberlos condenado. Pensemos en Amoris Lætitia, en la disposición con la que se modificó la doctrina sobre la pena capital o en la última y escandalosa declaración de Fiducia Supplicans, impugnada por conferencias episcopales enteras. Con esto quiero decir que el reciente despertar de muchos católicos -entre los que no puedo dejar de incluirme, en el camino de retorno a la Tradición en estos últimos años- nos permite comprender, aunque sea intuitivamente, a través del sensus Fidei, que nunca habríamos podido ver una Basílica romana profanada mediante una simulación de la Misa por un falso obispo anglicano sin el abrazo primero de Montini con el no menos herético patriarca Atenágoras, o sin los encuentros en Asís y las visitas a las Sinagogas de Wojtyla y Ratzinger; y que si hoy Bergoglio prepara el acceso de las mujeres al sacerdocio es debido a la manipulación del Orden Sagrado iniciada por Pablo VI con la temeraria supresión de las Órdenes Menores y del Subdiaconado, siempre en clave ecuménica filo protestante.

Lo que, en mi opinión, es el mérito indiscutible de este trabajo del profesor Viglione no es sólo el hecho de que haya sabido enumerar en forma sintética y clara las diversas tesis sobre la respuesta católica a la herejía manifiesta del Pontífice y al asunto de la renuncia de Benedicto XVI, sino también y sobre todo el haber planteado finalmente la pregunta crucial: ¿Tenemos Papa? Porque es esta pregunta, precisamente en sus terribles implicaciones, la que nadie se había atrevido hasta ahora a plantear al gran público, limitándose a especulaciones académicas o a realidades eclesiales marginales. Ésta es la pregunta que plantea valientemente el autor de un ensayo cuya lectura atenta sólo puedo recomendar vivamente.

Se trata de un libro que provocará discusión, porque hace comprensible un debate hasta ahora limitado a las disquisiciones académicas de (algunos) críticos del actual pontificado o difundido por personajes que han explotado y polarizado el conflicto para ganar visibilidad. El mérito de Viglione es haber vuelto a llevar la cuestión a la senda de un sano realismo, sine ira et studio, y de haberla hecho comprensible analizando las diferentes posiciones ya no sobre la mera hipótesis de un Papa hereje, sino sobre la dolorosa evidencia de la herejía de Jorge Mario Bergoglio y sobre las respuestas adelantadas hasta el momento.

El autor no se limita a la simple enumeración de las tesis, sino que muestra las cuestiones críticas de unas y la verosimilitud de otras: entre estas últimas, la formulada por mí sobre el vicio de consentimiento que anularía la asunción del papado por parte de Bergoglio a causa de una deliberada voluntad maliciosa de apropiarse de ella para utilizarlo de manera contraria a los fines que le dio el divino Fundador de la Iglesia, Nuestro Señor. Otra tesis de gran valor -y por ello acertadamente abordada por el autor- es la del profesor Enrico Maria Radaelli, referida a la anomalía de la Renuncia y a la invención del Papado emérito. Comparto la convicción de Viglione respecto a la relevancia y el rigor de este análisis, especialmente si se integra con el vitium consensus del sucesor de Benedicto XVI, como sugiere el propio Radaelli, y se lo lee a la luz del hegelianismo dialéctico de Ratzinger.

El profesor Viglione no pretende dar respuestas definitivas, pero sí, ante todo, hacer que el tema sea afrontado y discutido, porque sólo desde una toma de conciencia honesta del problema Bergoglio podemos profundizar la doctrina sobre el Papado en aquellos aspectos que los Doctores de la Iglesia y los canonistas del pasado concebían como una eventualidad remota, mientras que para los católicos rehenes de la iglesia sinodal se han mostrado como reales.

En la lista de las tesis sobre la vacante de la Sede Apostólica no podían dejar de recordarse las reflexiones canónicas fantasiosas sobre el Código Ratzinger de Andrea Cionci y sus seguidores. El lector no pasará por alto la inconsistencia de la fantasmagórica teoría de la “sede impedida”, que constituye una premisa falsa que invalida todo el razonamiento, además de arrojar -como señala el autor- sombras inquietantes sobre la honestidad y corrección de la actuación de Benedicto XVI. Considerar que haya podido enviar mensajes crípticos dirigidos a un pequeño círculo de iniciados, basando esta convicción en hechos totalmente opinables y circunstanciales –convicción convertida en prueba irrefutable y obsesivamente impuesta como verdad dogmática- relega las especulaciones de Cionci & Co. a un segundo plano, al género fantasía tomado de Dan Brown.

Ciertamente, el pontificado de Jorge Mario Bergoglio es un παξ, un caso único en toda la historia bimilenaria de la Iglesia, tanto por los métodos que llevaron al jesuita argentino al Trono de Pedro, como por la clara complicidad de la Iglesia profunda en este plan subversivo y, finalmente, por la espectacularidad de la acción de Bergoglio en el seno de la Iglesia -como ariete de la Iglesia profunda– en comparación con la del Estado profundo en las naciones occidentales. Pero este unicum es el fruto envenenado de una planta mala cuyas raíces ideológicas se encuentran en el neo-modernismo del Vaticano II, que logró combinar la devolución de la sagrada autoridad del Romano Pontífice a órganos asamblearios de matriz democrática con la progresiva transformación del Papa en un tirano divinis legibus solutus [liberado de la ley divina]. En efecto, si una institución separa el ejercicio del poder de la necesaria subordinación a la autoridad de Cristo Rey y Pontífice, quien es el garante supremo, pierde toda su legitimidad y sólo puede convertirse, como ya ha ocurrido en el ámbito civil, en una expresión de lobby y de intereses sin ningún freno. La paradoja -y la astucia luciferina- de este golpe de Estado eclesial consistió en mantener las apariencias del Papado con el único fin de poder exigir obediencia a quienes todavía creen que quien se sienta en el Trono de Pedro es el Vicario de Cristo elegido por el Espíritu Santo, cuando en realidad es un mercenario que abusa de la confianza y el respeto de los fieles para dispersarlos. El mismo fenómeno está ocurriendo en los gobiernos temporales, donde los gobernantes reclaman un poder ilimitado -incluso hasta el punto del exterminio- sobre sus ciudadanos, bajo la ilusión de que quienes los representan en los Parlamentos tienen como objetivo el bien común. Y no es casualidad que esta dictadura democrática sólo haya sido posible después de haber derrocado a Nuestro Señor de Su Señorío sobre las naciones.

Lo que todavía da esperanza para un despertar de las conciencias es que las reacciones de los laicos, sacerdotes, obispos e incluso parte del mundo profano ante la vexata quæstio  [controvertida cuestión] no son de escándalo o asombro, sino de total conciencia del problema Bergoglio. El profesor Viglione constata también la contradicción de quienes, por un lado, conocen y denuncian las desviaciones del jesuita argentino, pero por otro lado no creen que esto tenga alguna consecuencia respecto a su reconocimiento como Papa, limitándose a considerar sus acciones como intervenciones no magistrales, a las que no se debe obediencia. Es de esperar que la ampliación del público de católicos informados sobre el tema permita aclarar las posiciones más incoherentes de una defensa del oficio” a priori que corre el riesgo de rayar en la complicidad abierta. Por lo tanto, lo que los católicos reconocen prácticamente unánimemente es la anomalía del actual papado: una anomalía que entusiasma a los progresistas y que los conservadores y tradicionalistas consideran inédita y escandalosa, pero de la que todo el mundo es consciente, desde el profesor de la Universidad romana hasta el simple bautizado.

Las respuestas a esta anomalía representan el intento de encontrar una solución a la crisis que estamos atravesando, que es única en su género y que –debo reiterarlo- no puede juzgarse según los parámetros ordinarios de un sistema jurídico diseñado para condiciones de relativa normalidad. De hecho, nos encontramos frente a una traición que no involucra sólo a algunos sectores de la institución, sino a todos sus órganos, a partir de la cúpula; una traición que comenzó hace sesenta años, con la abdicación de la Jerarquía de su deber de predicar el Evangelio de Cristo contra el anti evangelio del mundo; una traición llevada a cabo con la destrucción de la Misa y de la Liturgia, precisamente porque los subversivos conocen bien el poder pedagógico de los ritos y de los gestos en la transmisión de la Fe. Y así como en las escuelas se adoctrina en la ideología del despertar con la cultura de la cancelación, así también en las iglesias generaciones enteras han sido adoctrinadas en el ecumenismo, en el desprecio del propio pasado, en la aceptación de instancias incompatibles con el Magisterio católico. Y todo ello, escandalosamente, con la ratificación de la autoridad, o más bien bajo su deliberado impulso, tanto en la esfera civil como en laeclesial.

La pregunta que debemos entonces plantearnos no es sólo Habemusne Papam?, sino cómo fue posible presenciar silenciosamente la infiltración sistemática en la Iglesia de herejes y corruptos, cuyas ideas y propósitos eran ampliamente conocidos; y cuál es la responsabilidad de la Jerarquía -empezando por los Papas del Concilio, sin excepción- en esta sustitución desconsiderada  y ciertamente desastrosa, máxime cuando el potencial destructivo de esta operación subversiva era evidente desde el principio y todavía había forma de remediar. La reciente acción de Jorge Mario Bergoglio es perfectamente coherente con la obra de erosión doctrinal, moral, disciplinaria y litúrgica llevada a cabo a partir del pontificado de Juan XXIII y nunca interrumpida, incluso frente al desastroso vaciamiento de iglesias, seminarios, conventos y escuelas católicas. De hecho, se puedepensar que la falta de intervención ante este fracaso patente es una confirmación de la premeditación y de la malicia por parte de quienes nunca han tenido la humildad de cuestionar sus certezas falaces. También en este caso es evidente el paralelo con el Estado profundo, porque en ambos casos los objetivos declarados (por un lado, fomentar el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno o hacer que la liturgia sea comprensible para los fieles; y por otro lado contener una pandemia mortal o hacer frente al cambio climático por el otro, por poner sólo dos ejemplos) son mentiras que sirven para distraer del objetivo real, que es criminal e inconfesable.

Si la disolución del Estado es evidente en la traición de los gobernantes y en su servilismo al lobby globalista con el objetivo de reducir la población mundial y esclavizar a los que quedan, no menos evidente es la disolución de la Iglesia -en su componente humano, obviamente- en la traición de la mayoría de la Jerarquía católica, también al servicio de los mismos amos con el objetivo de eliminar ese κατέχων (2Tes 2, 6) que impide que se manifieste el misterio de la iniquidad. Como ya he recordado, no estamos en una Iglesia cuya Jerarquía es católica y nos encontramos con un Papa que profesa una herejía pero que al mismo tiempo está sinceramente decidido a pastorear el Rebaño del Señor, sino frente a una Iglesia eclipsada por un golpe de Estado, en el que cada Dicasterio, cada Universidad, cada Seminario, cada Diócesis, cada parroquia y cada convento son dirigidos y gestionados por la Iglesia profunda, en el ostracismo y en la persecución abiertos a todo aquel que disienta incluso limitándose al Magisterio recientesin cuestionar el Concilio.

Nos confirma esto la total auto referencialidad del llamado magisterio de Bergoglio, como lo reitera con entusiasmo el prefecto Tucho. Basta recorrer las referencias a las fuentes en los documentos papales para comprender que la enseñanza bergogliana es deliberadamente nueva en comparación con la de sus predecesores inmediatos, pero sólode manera forzada, desde el momento que los principios a los que Bergoglio se refiere constantemente son exactamente los mismos que los de los Papas conciliares. Podríamos decir, para simplificar, que Bergoglio es al jacobino Robespierre lo que Ratzinger es al girondino Brissot, aunque ambos partidarios de la Revolución.

El libro Habemus Papam? Papa eretico, rinuncia, sede vacante  constituye una valiosa contribución a la comprensión de un fenómeno ahora innegable, concebido no como una prueba académica estéril, sino por amor a la Iglesia y al Papado, hoy humillados y desacreditados por una Jerarquía al servicio del mundo, sin importar la pérdida de muchas almas por quienes el Señor derramó Su Sangre. Por lo tanto, que el mismo amor por la Iglesia y el Papado guíe su lectura.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

5 de Febrero 2024
S. Agathæ Virginis et Martyris

Traducción al español por José Arturo Quarracino

Archivio