Placare, Christe
Placare, Christe
Homilía en la festividad de Todos los Santos
Auferte gentem perfidam
credentium de finibus,
ut unus omnes unicum
ovile nos Pastor regat.
Hymn. Placare Christe servulis
Hace sólo unos días, la Liturgia divina entonaba las alabanzas al Rey de reyes, proclamando la Realeza divina y universal de Nuestro Señor Jesucristo. Hoy, la Santa Iglesia celebra su Corte celestial: María Santísima, Reina; las nueve Jerarquías angélicas: Ángeles, Arcángeles, Principados, Potestades, Virtudes, Dominaciones, Tronos, Querubines y Serafines; los Profetas del Antiguo Testamento; los Apóstoles, Mártires, Confesores de la Fe, Doctores, Santas Vírgenes, Monjes y Ermitaños y toda esa infinita hueste de almas benditas que pueblan la Jerusalén celestial, beata pacis visio. El himno de las Vísperas de esta solemnidad es un himno a nuestros compañeros de armas, a los caballeros del Verbo Encarnado y de la muy augusta Virgen, a los cœlicles, los habitantes del Cielo que gozan de la visión beatífica en presencia de la Santísima Trinidad. En su visión de Patmos, San Juan contempla turbam magnam, quam dinumerare nemo poterat [una gran muchedumbre que nadie podía contar] (Ap 7, 9), y es significativo cómo señala que se trata de gentes ex omni tribu, et lingua, et populo, et natione, de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Un ejército multirracial y multiétnico sin límites, pero unido por la profesión de una misma Fe: todos estaban de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos con túnicas blancas y llevando palmas en las manos (ibid.). Los ángeles, los centinelas y los cuatro seres vivientes se postran ante el trono de la Majestad divina diciendo: ¡Amén! Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén (Ap 7, 12). Estas palabras recuerdan las que entona la Santa Iglesia durante el Canon de la Misa, unos instantes antes de la Consagración: ¡Santo, Santo el Señor Dios de los ejércitos dispuestos en orden de batalla! El cielo y la tierra están llenos de tu gloria. Hosanna en las alturas. Y con los ojos del espíritu vemos a todas las criaturas postrarse ante el Santo de los Santos, desde los espíritus puros hasta los hombres, desde los animales hasta las plantas, cuyas perfecciones son un rayo de las perfecciones supremas de Dios. Nos viene a la memoria aquel maravilloso Cántico de los Tres Niños (Dn 3, 52-90) que los sacerdotes recitamos en Laudes: Benedicite, cæli, Domino… Benedicite aquæ omnes, sol et luna, stellæ cæli, omnis imber et ros, ignis et æstus, rores et pruina, gelu et frigus, glacies et nives, noctes et dies, lux et tenebræ, fulgura et nubes, montes et colles, universa germinantia in terra, fontes, maria et flumina, cete, omnes volucres cæli, omnes bestiæ et pecora… laudate et superexaltate eum in sæcula. A la alabanza que se eleva desde lo creado se unen los hijos de los hombres, los sacerdotes del Señor, sus siervos, los espíritus y las almas de los justos, los santos y los humildes de corazón, y los tres jóvenes que se enfrentan ilesos a las llamas del horno: Benedicite, Ananias, Azarias, Misaël, Domino: laudate et superexaltate eum in saecula: quia eruit nos de inferno, et salvos fecit de manu mortis: et liberavit nos de medio ardentis flammae, et de medio ignis eruit nos; porque nos ha librado del infierno y nos ha salvado de las garras de la muerte; nos ha librado de las llamas ardientes y nos ha salvado del fuego.
Esta visión estupenda, en la que casi percibimos la bienaventuranza de la que gozan nuestros compañeros santos, es ciertamente consoladora para nosotros, que diariamente tenemos ante nuestros ojos no la Civitas Dei, sino la Civitas diaboli. Aquí abajo todo es mentira, vicio, fornicación, asesinato, pecado, fealdad, muerte y caos. ¿Pero qué podríamos esperar del mundo -del que Satanás es príncipe- cuando se niega y se blasfema al Señorío de Nuestro Señor Jesucristo, y se traiciona y desprecia la societas christiana; cuando al suave yugo de Cristo Rey y Pontífice, las naciones prefieren la abyecta tiranía de Satanás?
Las fiestas de Cristo Rey y de Todos los Santos -junto con la Conmemoración de mañana de todos los Fieles difuntos- nos recuerdan que somos exsules, ciudadanos de una patria de la que estamos lejos y a la que debemos volver; exules filii Hevæ, heridos por el pecado original y devueltos a la Gracia en María Santísima, la nueva Eva; en hac lacrimarum valle, que es un valle oscuro y frío, lleno de dolor y de pruebas; un valle atravesamos gementes et flentes, considerando lo que hemos perdido por el pecado y mirando con esperanza lo que nos espera, si tan sólo escuchamos la voz de Aquel que tanto nos amó como para encarnarse, sufrir y morir por nuestra Redención y para que merezcamos en esta vida gozar en la otra su triunfo eterno. Lo he recordado en la homilía por la Solemnidad de Cristo Rey, citando las palabras de Nuestro Señor: Tú lo dices: Yo soy Rey. Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad; todo aquél que viene de la verdad escucha mi voz (Jn 18, 37). Todo aquél que viene de la verdad escucha la voz de Cristo, porque en Él reconoce a su Dios, Señor y Rey, y al que le reconoce derechos soberanos divinos, de linaje y de conquista. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando (Jn 15, 14).
Los santos que la Iglesia celebra y honra son sus verdaderos hijos y nuestros verdaderos amigos. Su ejemplo heroico no es un modelo remoto e inalcanzable, sino la prueba de que en nuestra nada podemos hacernos dóciles a la acción de la Gracia e inflamarnos de Caridad hasta el punto de dar la vida misma, enfrentar al horno de fuego, sufrir el exilio y la cárcel. También hoy en día numerosos católicos mueren o sufren por Cristo; y en el Occidente alguna vez cristiano, muchas almas testimonian su fidelidad hasta el punto de ser arrestadas porque rezan en silencio frente a una clínica de abortos, porque se oponen a la teoría de género y porque denuncian los crímenes de sus gobiernos.
Cada uno de nosotros, en estos tiempos de tribulación, puede ser llamado al privilegio de una santidad que ha de ser conquistada con el martirio. No debemos pensar que son siempre otros católicos, en tierras lejanas, los que se enfrentan a la elección entre la apostasía y la muerte, porque ha terminado el tiempo en que la sociedad estaba bien ordenada y reconocía el Señorío de Cristo y de su Ley. Este es el tiempo de la preparación y del combate, es el tiempo de prueba y de persecución antes del regreso a la gloria de Nuestro Señor. Y cuando abunda el pecado, sobreabunda la gracia.
El Misterio de la Comunión de los Santos une en la Caridad las almas de los elegidos a su Creador, Redentor y Santificador, restaurando el orden divino que Satanás ha quebrantado. Invoquemos a nuestros Patronos celestiales, y en primer lugar a nuestra Abogada y Señora, la Regina Crucis: Placare, Christe, servulis, quibus Patris clementiam tuæ ad tribunal gratiæ Patrona Virgo postulat, oh Cristo, mira con buenos ojos a tus siervos, por quienes la Virgen Patrona invoca tu clemencia ante el tribunal de la gracia del Padre. Y que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
1 de Noviembre de MMXXIV
Omnium Sanctorum