O Doctor optime

Mons. Carlo Maria Viganò

O Doctor optime

Homilía en la fiesta de San Ambrosio Obispo,
Confesor y Doctor de la Iglesia

El 7 de diciembre, la Divina Liturgia conmemora el aniversario de la consagración episcopal de San Ambrosio, santo Patrono de Milán, Confesor de la Fe, Doctor y Padre de la Iglesia. En el año 374 de la era de Cristo, hace mil seiscientos cincuenta años, el hijo de una importante familia senatorial, educado en las mejores escuelas de Roma y convertido en el más alto magistrado imperial en el norte de Italia; amigo de otros santos, entre ellos Agustín de Hipona, entonces profesor de Retórica en Milán y más tarde convertido por él del paganismo, recibió la Santa Unción. Para la mentalidad actual, los acontecimientos que han llevado a esta eminente figura política a la Cátedra de Milán nos dejan sin duda asombrados. Fue aclamado obispo por el pueblo mientras, como consularis, trataba de imponer una tregua a la lucha entre católicos y arrianos, hablando a los fieles reunidos. Siendo todavía pagano y sin intención de aceptar el nombramiento, varias veces intentó en vano escapar, terminando por aceptar la voluntad de Dios. En el marco de pocos días recibió el Bautismo, la Confirmación y todas las Órdenes Sagradas. Podríamos decir que ninguna de las condiciones necesarias para ocupar el cargo civil se perdió en la transición al estado eclesiástico; por el contrario, vemos en su temperamento y en su naturaleza combativa en la lucha contra los herejes la impronta del magistrado romano honesto, virtuoso e íntegro.

Su compromiso de ayudar a las necesidades de la Iglesia de Milán y especialmente de los pobres no le impidió desempeñar un rol importante en la escena política: es gracias a la influencia de San Ambrosio sobre el emperador Teodosio I que en el año 380 el cristianismo fuese proclamado religión de Estado. Cuarenta y siete años antes, Constantino, con el Edicto de Milán, la había hecho religio licita, pero con el Edicto de Tesalónica la autoridad terrenal se reconoció como vicaria de la Realeza de Cristo. Tuvieron que pasar mil cuatrocientos años para que la Revolución lograra romper la unidad entre la Iglesia y el Estado; y mil quinientos años para que una Jerarquía subordinada al enemigo introdujera en la Iglesia el laicismo blasfemo del Estado, utilizando un Concilio Ecuménico como instrumento subversivo para imponer a los fieles los errores de los que hoy vemos las terribles consecuencias.

Gran promotor del culto divino, san Ambrosio codificó la Liturgia que toma su nombre, componiendo al menos dieciocho himnos, entre ellos Nunc sancte nobis Spiritus; Rector potens verax Deus; Jesu corona virginum; Aeterne rerum conditor –que el Rito Tradicional ha conservado a través de los siglos. Enemigo implacable del paganismo y del arrianismo, Ambrosio era partidario del primado petrino, contra aquellos herejes -por ejemplo Palladio- que consideraban al obispo de Roma a la par de los demás obispos. Su prédica se articuló en obras apologéticas, dogmáticas, morales y ascéticas de tal erudición que incluyeron a Ambrosio en la lista de los Doctores y Padres de la Iglesia. Fue precisamente mientras escuchaba predicar a san Ambrosio que Agustín de Hipona, entonces profesor de retórica en Milán y todavía catecúmeno, fue persuadido a recibir el Bautismo, que el obispo le impartió personalmente. No dejó de imponer una severa penitencia pública al emperador, que en el año 390 había ordenado la matanza de miles de habitantes de Tesalónica: Teodosio aceptó el castigo de Ambrosio y se reconcilió el día de Navidad del mismo año.

Una figura como la de San Ambrosio hoy sería señalada por el clero conciliar y sinodal como “divisiva”, y probablemente merecería las grotescas excomuniones de aquellos a quienes ciertamente combatiría. Imagínense, queridos hermanos, si el arzobispo de Milán -que también aparece en la misma Chronotaxis de san Ambrosio- se atreviera alguna vez a asaltar las iglesias de los herejes para ocuparlas y devolverlas al culto católico. Imagínenlo imponiendo una penitencia pública no solo al Presidente de la República, sino también solo al Alcalde Beppe Sala. Imagínenlo defendiendo el Papado Romano contra Bergoglio, quien quiere reformularlo en clave sinodal y ecuménica. Imagínenlo predicando a los herejes, hablando de igual a igual con los poderosos, dedicándose a los pobres y necesitados sin descuidar la oración y el estudio. En realidad, ninguno de nosotros es capaz ni siquiera con imaginación de concebir en los actuales obispos la fuerza, el ardor, la virilidad y la convicción de un san Ambrosio, de un san Agustín, de un san Ireneo, por nombrar algunos. Sin embargo, en su tiempo, estos testigos de la fe no eran tan diferentes entre sí, y así ha sido durante siglos, pensemos en San Carlos Borromeo, en el beato Ildefonso Schuster… Y detengámonos ahí. A partir de Montini, aunque a un ritmo más lento, la Iglesia ambrosiana ha hecho la misma mutación que la Iglesia romana, transformándose en lo que todos los obispos de Milán y de todas las partes del mundo habían condenado siempre.

Pero si un san Ambrosio, un san Carlos Borromeo o un beato Ildefonso Schuster podían ser considerados hijos de la misma Iglesia bajo las mismas Llaves Sagradas, ¿qué sucedió a partir de cierto momento para que fuera impensable y hasta deplorable destruir los simulacros paganos y las estatuas de ídolos, o expulsar a los herejes a golpes de lático y azotes? Alguien pensará: Aquí está Monseñor Viganò comenzando de nuevo con el Vaticano II… y en realidad todos sabemos que el punto de no retorno de la Revolución ha sido el Concilio. Esta asamblea pudo tener su valor revolucionario porque desde hacía un tiempo la Jerarquía católica había sido infiltrada y ocupada progresivamente -con las modalidades usuales de la masonería- por quintas columnas que debían llevar a cabo la destrucción de la Iglesia en su totalidad, usurpando la autoridad mediante el fraude. En esta acción subversiva de las Logias se ve la mente diabólica del Adversario.

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Pero hay una razón más profunda, más sencilla y al mismo tiempo más grave que explica la crisis que aflige a la Iglesia Católica: la pérdida de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad por parte del Clero y en particular de los Obispos y de los mismos Papas conciliares. La roca de la Fe ha mutado progresivamente en un pantano de errores, porque la Verdad objetiva de Dios, la Revelación divina que se expresa en los dogmas de Fe, ha sido reemplazada por la experiencia personal, haciendo antropocéntrico lo que debería ser ontológicamente teocéntrico, cristocéntrico. Sin conocer y abrazar a Dios en Su Verdad, tal como Él es y por el modo en que se nos ha revelado, no es posible amarlo: los que caen en este engaño diabólico terminan amando y prefiriendo la idea que se han hecho de Dios, perdiendo toda inspiración sobrenatural.

Algunos de ustedes, queridos hermanos, os preparáis para servir al Señor con el Orden Sagrado. Otros ya son clérigos y sacerdotes. El Señor hablará a los demás a su debido tiempo, para estimularlos a responder a su vocación. La formación doctrinal y moral es ciertamente importante, porque constituye los cimientos sobre los que erigir el edificio de vuestra santificación personal. Pero el corazón, el alma de la santidad – y esto vale para los laicos y los clérigos – es el amor de Dios, Dios mismo que es Caridad infinita. Aprendan a amar a Nuestro Señor y en Él al prójimo. Aprendan a vivir por Dios, a alimentarse de Él, a buscar sólo Su gloria conformándote a Su santa Voluntad. Aprendan a amarlo como Él se ha revelado y como la Santa Iglesia nos enseña. De hecho, la caridad se funda en la verdad de la fe, y los que no poseen la integridad de la fe no son capaces de amar sobrenaturalmente. Aprendan a amar la Cruz, el compendio más elevado de la caridad divina. Aprendan a amar a sus enemigos, porque queriendo su verdadero bien sabrán encontrar la manera de atraerlos a Dios y arrebatarlos de la esclavitud del diablo. Aprendan a amar al Señor como lo amó San Ambrosio, y las virtudes de San Ambrosio resplandecerán también en ustedes, ya que su fuente es la misma: Nuestro Señor Jesucristo, cuya Santísima Navidad celebraremos dentro de pocas semanas.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

 

7 de diciembre de 2024
Sancti Ambrosii Episcopi, Confessoris,
Ecclesiæ Doctoris et Mediolanensis Patroni

 

Traducción al español por José Arturo Quarracino

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