
En las exequias de Mons. Williamson

Mensaje
para las solemnes Exequias
de Mons. Richard Nelson Williamson
O mors, ero mors tua;
morsus tuus ero, inferne.
[Oh muerte, yo seré tu muerte;
seré tu golpe mortal, oh infierno.
Os 13, 14
La tierra de Canterbury fue consagrada a Cristo por la sangre de santo Tomás Becket, martirizado el 29 de diciembre de 1170 en la Catedral que ahora se ha convertido en anglicana. En esos tiempos, el arzobispo Thomas se opuso a las Constituciones de Clarendon, con las que Enrique II atentó contra las libertades y la independencia de la Iglesia Católica. Pagó con su vida su valiente defensa de la Iglesia, y hoy el santo Obispo nos mira desde el cielo mientras celebramos los sufragios de otro Obispo, Richard Nelson Williamson, a quien consideramos como testigo de la Fe y de la Tradición católicas en tiempos no menos turbulentos y hostiles.
El obispo Williamson no fue asesinado por cuatro sicarios de Enrique II. No derramó su sangre al recibir un disparo mientras celebraba el Santo Sacrificio en el altar de su Catedral. La Catedral en la que habría celebrado le fue negada por una Jerarquía que hoy es aliada y cómplice de los mismos enemigos de aquel tiempo, y que no excomulga a los enemigos del Papado, sino a los que denuncian la traición de un usurpador. Él también fue traicionado: no por cuatro sicarios, sino por aquellos que lo hirieron en el corazón, traicionando el legado del arzobispo Marcel Lefebvre.
Espero que el ejemplo heroico de santo Tomás Becket y el testimonio del martirio blanco de monseñor Richard Williamson puedan despertar en nosotros los sentimientos que ambos compartieron: en primer lugar, el amor de Dios; el amor del Hombre-Dios, Nuestro Señor Jesucristo y de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana; el amor del hombre por amor a Dios, del que brota el celo apostólico de los verdaderos pastores por las ovejas, que reconocen en él la voz del divino Pastor.
Esta vida terrenal es un campo de batalla, en el que combatimos sin excluir los golpes contra un enemigo mortal. Este enemigo ya ha sido vencido por Nuestro Señor, en la Cruz, que es el camino real a la gloria eterna del Cielo. Esto es lo que quiso decir el profeta Oseas cuando, refiriéndose a Cristo, pronunció estas palabras: O mors, yo era mors tua; morsus tuus ero, inferne. Dar la vida, dar la vida entera y todas las energías por Nuestro Señor y por la Santa Iglesia, y hacerlo en una crucifixión cotidiana, nos permite ser cooperadores de la Redención. Nuestra debilidad humana, cuando es puesta al servicio del Evangelio, permite a la Gracia realizar grandes cosas; nos permite afrontar cada día, incluso el último, sin renunciar a combatir el bonum certamen y repetir, con el Profeta: O morte, sarò la tua morte; sarò il tuo colpo mortale, o inferno.
Tempora bona veniant. Pax Christi veniat. Regnum Christi veniat.
+ Carlo Maria Viganò, Arcivescovo
26 de febrero de 2025
Traducción al español por José Arturo Quarracino