
Veni, Sancte Spiritus

Veni, Sancte Spiritus
Homilía en el Domingo de Pentecostés
Veni, Sancte Spíritus,
et emítte cǽlitus
lucis tuæ rádium.
Veni, pater páuperum,
veni, dator múnerum,
veni, lumen córdium.
Ven, oh Espíritu Santo: envía un rayo de tu luz desde el cielo. Luz de Verdad del Padre y del Hijo, fuego de Caridad que procede de Ambos, llama de esperanza en las tribulaciones. Haz resplandecer tus perfecciones celestiales en este pobre mundo rebelde, en esta Iglesia tuya eclipsada por falsos pastores y mercenarios, en los fieles y sus sacerdotes, en cada alma que el Hijo eterno del Padre, con tu divina cooperación, ha redimido encarnándose y enfrentando la Pasión en rescate de nuestros pecados. Haz a tu Iglesia, hoy humillada, Domina gentium: que brille la luz de la Verdad que Nuestro Señor le ordenó predicar; que resuene de nuevo la voz de los santos pastores, Doctores de la fe, en la transmisión fiel de la doctrina inmutable.
Ven, Luz de los corazones: ilumina el intelecto e inflama el corazón del papa León, para que ya no sea Simón, sino Pedro. Que reconozca y condene los errores y las desviaciones de la Iglesia conciliar y sinodal, restituyendo a la Esposa del Cordero a su rol de Madre y Maestra de todos los pueblos, única Arca de salvación, único puerto seguro en medio de la furiosa tempestad. Ven, Paráclito, y haz resonar de nuevo desde nuestros púlpitos lo que Nuestro Señor nos ha enseñado: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado (Jn 17, 3).
Ven y guía a León en la restauración de la Iglesia y del Papado, para que ejerza plenamente la autoridad que el Supremo y Eterno Pontífice ha conferido a Pedro y a sus legítimos sucesores. Inspira en él docilidad a Tus consejos, la determinación de custodiar y confirmar en la unidad de la única fe católica y apostólica al rebaño del Señor, la confianza en Tu ayuda infalible para hacer frente a los enemigos de Cristo no con la fuerza humana, sino en el humilde seguimiento del Salvador y en conformidad con Su divina Voluntad.
Ven, oh Padre de los pobres: ven a llenar con Tus dones a los que humildemente se reconocen necesitados de todo, a los que comprenden con realismo que sin Tu luz sobrenatural nuestros corazones vagan en tinieblas.
Consolátor óptime,
dulcis hospes ánimæ,
dulce refrigérium.
In labóre réquies,
in æstu tempéries,
in fletu solácium.
Ven, Consolador: infunde paz a Tus fieles que están devastados por la tormenta que ruge, en nuestros corazones desgarrados por la pasión que el Cuerpo Místico de Jesucristo, arrastrado ante un nuevo Sanedrín, transita sobre las huellas del divino Maestro. Desciende, oh Espíritu, a habitar en nuestras almas, haciendo de ella una digna morada de la Santísima Trinidad. Concédenos una tregua del combate asfixiante que Tus siervos enfrentan diariamente para dar testimonio del Hijo, de quien procede con el Padre.
Da descanso a nuestras fatigas, frescura en el calor del desierto que atravesamos hacia la Patria celestial, alivio en el llanto de tu Esposa humillada por ministros indignos y fieles tibios.
Tú que vomitaste de Tu boca a los mediocres (Ap 3, 16), compensa con Tu Gracia nuestras infidelidades, nuestras debilidades, nuestras vacilaciones. Haznos valientes soldados de Cristo, guía a los ministros de Tu Iglesia para que sean ejemplo para nosotros y no un escándalo, y para que se dejen guiar por Ti en el camino de la salvación eterna junto con el rebaño que el Señor les ha confiado.
O lux beatíssima,
reple cordis íntima
tuórum fidélium.
Sine tuo númine,
nihil est in hómine
nihil est innóxium.
Tú que eres la luz más pura que conduce a la gloria del Cielo, llena los corazones de Tus fieles, porque reconocemos que sin Ti, sin Tu protección, no somos nada, y nada en nosotros está exento de culpa. En las pruebas presentes, en el apremiante asedio de un mundo enemigo de la Verdad y del Bien, renueva en nosotros y en todo el cuerpo eclesial la certeza de la victoria final y la conciencia de que la cruz que Nuestro Señor nos ha asignado solo puede ser llevada solamente con Tu ayuda, solamente con Tu Gracia.
Lava quod est sórdidum,
riga quod est áridum,
sana quod est sáucium.
Flecte quod est rígidum,
fove quod est frígidum,
rege quod est dévium.
Lava los pecados de los que están manchados los Pastores de Tu Iglesia; riega sus terrones resecos con el agua regeneradora de Tu Gracia y con el celo de los santos predicadores del Evangelio; sana las heridas sangrantes que la aquejan por la infidelidad de su Jerarquía y de sus miembros. Doblega, oh Espíritu Paráclito, la dureza de nuestras cervices, demasiado a menudo inclinadas a la transigencia; calienta nuestros corazones endurecidos por la escarcha de la insensibilidad y del egoísmo; da soporte a nuestras debilidades, restaurando en la Gracia el orden divino que nuestros pecados han quebrantado.
Purifica el cuerpo eclesial, oh Espíritu consolador. Limpia la inmundicia que desfigura el rostro de Tu Esposa; extirpa los errores y las desviaciones que frustran su misión; devuélvele la triple corona que rodea su cabeza, el cetro de su misión apostólica, la autoridad y el liderazgo de sus Apóstoles.
Da tuis fidélibus,
in te confidéntibus,
sacrum septenárium.
Da virtútis méritum,
da salútis éxitum,
da perénne gáudium. Amen.
Concede a tus fieles, que en Ti ponen sus esperanzas, la ayuda sobrenatural de tus Dones. Concede el reconocimiento del mérito de nuestras buenas acciones, la gracia de la salvación eterna al dejar este valle de lágrimas, el gozo de la bienaventuranza en la contemplación de la Santísima Trinidad. Y así como después de la humillación y los tormentos de la Pasión el Salvador victorioso resucitó de entre los muertos, así también la passio Ecclesiæ que la conduce al Calvario se convierta pronto en triunfo y en gloria, mostrando una vez más a los pueblos el verdadero rostro de la Madre de los Santos, imagen de la Ciudad suprema (A. Manzoni).
Ven, divino Consolador: desciende a la Fuente en la cual las almas renacen a la vida de Tu Gracia. Desciende sobre tus sacerdotes, y confirma con Tu poder lo que sus manos bendicen; limpia las almas que absuelven; acompaña al moribundo que se confía a Ti en la agonía. Desciende sobre los esposos cristianos, hoy expuestos al ataque feroz del enemigo: inspira en ellos la determinación de proteger y educar a sus hijos en Tu santa Ley. Desciende sobre nuestros altares, oh Espíritu Santificador: desciende y haz grato a la Santísima Trinidad el Santo Sacrificio ofrecido por tus ministros. Ven y bendice la ofrenda y la expiación que ellos elevan a la Divina Majestad por Tu pueblo santo.
Ven, oh Espíritu Santo: llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de Tu Caridad. Tú que eres la Caridad infinita que procede del Padre y del Hijo. A ti, Trinidad indivisa, el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Y que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
8 de junio MMXXV
Dominica Pentecostes
© Traducción al español por José Arturo Quarracino