Oportet illum regnare

Mons. Carlo Maria Viganò

Oportet Illum regnare

Intervención en el Forum of the Future: 2050
Moscú, 9-10 de junio de 2025

Queridos amigos,

Permítanme dirigir mi saludo a las autoridades civiles y religiosas aquí presentes y agradecer a los organizadores de este Foro la invitación que me han hecho.

La presencia de ilustres científicos, filósofos, intelectuales y sociólogos me lleva a dar a mi intervención una impronta eminentemente teológica. La evolución cada vez más frenética de los acontecimientos de los últimos años -precisamente a causa de esta carrera hacia el precipicio que recuerda el dicho latino Motus in fine velocior- exige ciertamente una gran capacidad de análisis de los hechos contingentes, pero exige también una visión de conjunto que no puede prescindir de la dimensión espiritual de nuestro ser. Sin esta visión trascendente excluimos el aspecto fundamental de nuestra existencia de criaturas racionales, restauradas a la vida de la Gracia en el Bautismo y destinadas a amar, adorar y servir a Dios nuestro Señor y Creador. Sin esta visión trascendente, prescindimos de la realidad ontológica -que los Excelentísimos Prelados de la Iglesia Ortodoxa comparten con la Iglesia Católica- de la Realeza universal de Nuestro Señor Jesucristo, quien como verdadero Dios y verdadero Hombre es verdaderamente Pantocrátor, Soberano de las sociedades terrenales, Príncipe del Tiempo y de la Historia, Alfa y Omega.

En este congreso muchos de ustedes escucharán propuestas y proyectos para un Gran Reinicio alternativo  que contrarreste el golpe de Estado de la élite globalista; por un “orden mundial” basado en la soberanía nacional, en el bien común, en la primacía del hombre sobre la máquina, de la razón sobre las pasiones, del espíritu sobre el cuerpo. Este nuevo orden ya existe, y es nuevo porque está fundado en Cristo, Rey y Pontífice: fue inaugurado con la Encarnación, realizado con la Pasión y Muerte del Salvador, coronado victorioso con su gloriosa Resurrección y perpetuado a lo largo de los siglos a través de la acción santificadora de la Gracia a través de los Sacramentos.

Este “orden” -que podríamos llamar más propiamente κόσμος, en oposición al χάος de la Revolución- es la societas christiana, que el Imperio Romano de Oriente supo encarnar en la visión sagrada de la Autoridad y en la equiparación de la persona del Emperador -el César, del cual surge el Zar- a los Apóstoles, no sólo por el prestigio de la función de gobierno, sino también y sobre todo por la responsabilidad moral que le incumbe a los gobernantes. El Soberano, en la visión cristiana bizantina y luego en la europea medieval, es lugarteniente de Cristo, y su autoridad se ejerce dentro de los límites y con los fines establecidos por Cristo. Y es precisamente en este punto fundamental donde se desencadena la furia destructiva de la Revolución: derrocar a los gobernantes legítimos, privarlos del carácter sagrado de su unción real, hacerlos autorreferenciales y, por lo tanto, potencialmente tiránicos.

La ilusión de que el pueblo puede gobernarse a sí mismo ha servido para transferir el ejercicio de la autoridad temporal a manos de una élite que no responde ante nadie, ni ante Dios ni ante el pueblo. Y hoy, entre los escombros morales de un Occidente apóstata y rebelde, que ha venido a pisotear los principios más sacrosantos de la Ley Natural, esta élite subversiva reunida en lobbies muy poderosos y en posesión de enormes recursos financieros se prepara para hacer inútil y superfluo el voto de los ciudadanos, después de haber interferido en los procesos electorales y subvertido la voluntad popular.

Emisarios de organizaciones supranacionales se han infiltrado en los gobiernos, en la cima de las instituciones, en los ministerios, en los tribunales, en las fuerzas del orden, en las universidades, en el mundo de la cultura e incluso en la Iglesia. No es ningún misterio que están ligados a sus amos por gravísimos conflictos de intereses y que están bajo chantaje debido a su estilo de vida corrupto, vicioso y perverso. La arrogancia de esta clase política traidora sólo se justifica por la presunción de impunidad y la ilusión de poder escapar de la Justicia.

No me corresponde a mí, como Sucesor de los Apóstoles, dar indicaciones sobre cómo resolver los problemas que se ciernen sobre la escena internacional. Sin embargo, puedo señalarles los principios infalibles que nuestra santa religión ha demostrado que son ampliamente válidos y comprobados por la experiencia de los siglos: están enunciados en el Evangelio, proclamados en la divina Liturgia, representados en los mosaicos de nuestras antiguas basílicas, desde Santa Sofía a San Marcos en Venecia, desde San Basilio a San Vital en Rávena. Estos principios se pueden resumir en la imagen de Cristo sentado en un trono, con las vestiduras reales, la corona, el cetro y la sfera mundi. La Realeza de Nuestro Señor es el fundamento del orden social, de la concordia entre los pueblos, de la prosperidad de las naciones, de la salvación de la raza humana. Si la obra de Satanás es tan feroz en oponerse al Señorío de Cristo, es porque este señorío es el verdadero y único baluarte contra la barbarie y contra la instauración del reino del Anticristo. Allí donde la sociedad cristiana ha sido reemplazada por las ideologías del mundo, es únicamente ruina y destrucción. Allí donde reina Cristo y donde los gobernantes reconocen a Cristo como su Rey, la Revolución retrocede derrotada.

Ustedes se han fijado como fecha límite el 2050: tienen veinticinco años para organizar un renacimiento espiritual que forme a las nuevas generaciones en la Fe y en la Moral de vuestros padres. Por lo tanto, comiencen por la formación, por la educación, por la escuela y las universidades: deben ser fraguas en las que la clase dirigente del mañana pueda redescubrir el orgullo de llamarse cristiana y de vivir en la vida cotidiana los principios que profesa.

Protejan la familia natural, fundada en la unión indisoluble entre el hombre y la mujer y orientada a la procreación y a la educación de los hijos. Fomenten todas las formas de agricultura, ganadería, pesca, artesanía y negocios que garanticen la independencia y autonomía de las familias y de las comunidades pequeñas. Den protección a todos esos derechos inalienables que el globalismo amenaza y pisotea. Y castiguen con el rigor de la Ley a todas esas asociaciones y organizaciones subversivas que interfieren en la soberanía de las naciones. La tolerancia hacia estos conventículos de criminales entregados al mal es una debilidad imperdonable, sobre todo cuando -como sabemos- atentan contra la existencia misma de la raza humana y planean la reducción de la población a través de guerras, hambrunas, epidemias, esterilizaciones masivas y destrucción moral del hombre.

Restituyan a Cristo las naciones que Le pertenecen, porque solo así restaurarán ese Orden divino -el κόσμος- que la Revolución quiere subvertir. No puede haber paz ni justicia donde no reinen el Príncipe de Paz y el Juez justo. Creer que se puede ignorar esta realidad es una ilusión, una quimera que es el preludio del fracaso más terrible. El divino Maestro nos ha enseñado: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 6). ¿Cómo podríamos esperar el fin de esta pesadilla infernal que la élite globalista quiere imponernos, si no es volviendo a Cristo? Esta batalla epocal entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás, sólo se puede ganar si nos ponemos del lado de Cristo, quien en la Cruz ha vencido al mundo.

Y en la cruz de Cristo –signo de contradicción,  escándalo para los judíos, locura para los gentiles (1Co 1, 24)– sabremos comprender que las pruebas, incluso las terribles, a las que estamos sometidos pueden ser la premisa de la victoria, si sabemos afrontarlas no con la fuerza humana, sino poniendo toda la esperanza en Aquél que es verdaderamente todopoderoso.

El 29 de mayo de 1453 el emperador Constantino XI Paleólogo defendió hasta la muerte las murallas de Constantinopla, asediadas por los turcos. Esto marcó el fin del Imperio Romano de Oriente y, para los historiadores, de la Edad Media. El legado de Constantinopla ha pasado en parte a la Rusia cristiana de los zares, las últimas víctimas -junto con Carlos de Habsburgo- de la furia asesina del materialismo ateo y de la conspiración de las logias masónicas. Pero todavía sigue viva y palpitante gran parte de esa herencia de fe, cultura, historia y heroísmo, de la misma manera que permaneció viva y palpitante durante setenta años la fe de los cristianos perseguidos por el régimen comunista. Cuando rezamos el Padre Nuestro decimos Venga tu reino: no es un deseo, sino un programa de vida, inseparable de hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo, porque el κόσμος une la tierra con el cielo, así como Nuestro Señor resume en sí mismo la naturaleza divina y la naturaleza humana.

Les exhorto, queridos amigos, a que hagan suyos mis deseos. Si Cristo –Alfa y Omega, Principio y Fin– será el centro de vuestra vida privada y pública, ustedes serán capaces de dar aplicación concreta a los principios que les inspiran, y serán capaces de reconocer y combatir eficazmente todo lo que se opone a ellos.

Invoco sobre todos ustedes, por intercesión de la Theotokos, a Nuestra Señora y Reina -Reina de las familias, de las sociedades, de las naciones y del mundo- las Bendiciones de la Santísima Trinidad.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

10 de junio de 2025
Feria II infra Octava Pentecostes

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

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