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Nace la Asociación ``Exsurge Domine``

para ayudar a sacerdotes y religiosos víctimas de las purgas bergoglianas

En una sociedad sana, autoridad existe para conducir a sus miembros hacia el fin que ella misma se propone. En este sentido, la Iglesia Católica no es una excepción, pues también ella es una sociedad dotada por Cristo de una Jerarquía sagrada, cuyo deber es pastorear el rebaño que le ha sido confiado por su Cabeza hacia el fin sobrenatural que le es propio.

La autoridad -sea civil o eclesiástica- es siempre vicaria, porque la ejercen personas que la reciben de Dios, a quien pertenece. Non est enim potestas nisi a Deo: quæ autem sunt, a Deo ordinatæ sunt (Rom 13, 1) [Porque no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que existen, han sido constituidas por Dios], nos recuerda San Pablo. El Estado y la Iglesia administran la Justicia, uno en el ámbito temporal en nombre de Cristo Rey y la otra en el ámbito espiritual en nombre de Cristo Pontífice. ¿Pero qué sucede si la autoridad civil y religiosa son rehenes de funcionarios infieles y corruptos? Quis custodiet et ipsos custodes? ¿Quién controla a los controladores? (Juvenal, Satiræ, VI, 48-49).

Una autoridad ejercida contra el fin para el que fue instituida abusa de su poder y sus órdenes se convierten en prepotencia y su gobierno en una tiranía, sobre todo cuando la subversión de los fines y de los medios se presenta como querida por el pueblo al que, de palabra, la autoridad dice representar, después de haber excluido a Dios. En esto -por más inaudito que parezca- la Jerarquía de la Iglesia Católica se ha adaptado servilmente al Estado en un vergonzoso servilismo al poder subversivo que ocupa a uno y otro. El Estado profundo y la Iglesia profunda eclipsan totalmente al Estado y a la Iglesia, usurpan la autoridad para demoler a ambos desde dentro y golpear a sus miembros.

Desde los primeros años del siglo XX, San Pío X había comprendido que la guerra contra la Iglesia ya no se limitaba a una abierta acción exterior, sino que se expandía mediante una acción de infiltración para demolerla desde dentro, recurriendo a la estrategia del caballo de Troya. Desgraciadamente, las sabias y severas precauciones tomadas por el Santo Pontífice en la lucha contra el Modernismo fueron pronto dejadas de lado, con la ilusión de haber superado una fase momentánea, pero privando de hecho a la Iglesia de una defensa indispensable. Durante el Postconcilio, Monseñor Marcel Lefebvre fue uno de los pocos que denunció a las quintas columnas de la Revolución que habían penetrado en el recinto sagrado, y sus palabras le valieron el ostracismo de una Jerarquía por entonces comprometida con el enemigo, confirmando cuán concretas y en vías de realización eran las terribles palabras de Nuestra Señora en La Salette: “Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del Anticristo”. Si en aquellos años la pérdida de la Fe era cada vez más evidente, en esta última década hay que preguntarse si el Anticristo no está ahora sentado en el Trono de Pedro.

No sorprende entonces que quienes no obedecen a una autoridad pervertida y corrupta sean objeto de una purga despiadada, primero ridiculizando su disidencia, luego patologizándola y finalmente criminalizándola. No es casualidad que la persecución sufrida en el ámbito civil por los médicos -que durante la pandemia trataron a los enfermos con terapias eficaces- sea un reflejo de la sufrida por los sacerdotes y religiosos, que como médicos de almas se encuentran -desde el Concilio Vaticano II- sometidos al ostracismo feroz y despiadado de una autoridad eclesiástica no menos corrupta que la civil. Toda voz crítica es acallada por quienes -con el mismo descaro que sus homólogos en los gobiernos civiles- alientan de palabra la parrhesía, el hablar con franqueza, pero consideran a los buenos católicos enemigos jurados de esta Iglesia, de este Papa, de esta Jerarquía. Y de esta sociedad distópica.

Esto no es suficiente, ya que la persecución de los buenos sacerdotes, religiosos y laicos va acompañada de la exaltación y el estímulo de los malos: herejes, fornicadores, pervertidos, corruptos y ladrones se benefician con los favores de los poderosos, se muestran impunemente en público o en las redes sociales sin ninguna advertencia por parte de sus Superiores, son invitados a congresos, concelebran en presencia de Cardenales y Prelados y son promovidos a puestos de prestigio con la más absoluta impunidad. Para ellos la misericordia ni siquiera exige arrepentimiento, mientras que para los buenos no hay misericordia, ni indulgencia, ni perdón.

Hoy en la Iglesia hay cientos, miles de clérigos, sacerdotes, monjes y monjas, frailes y hermanas, religiosos y laicos a los que una autoridad tiránica y corrupta niega el sacrosanto derecho a ser fieles a Nuestro Señor como lo han sido nuestros hermanos en la Fe durante dos mil años. No es casualidad que la “nueva Iglesia” se autodenomine “conciliar”, precisamente para diferenciarse de la que llama en forma simplista “Iglesia preconciliar”, pero con este significativo distanciamiento demuestra que actúa al margen y en contra de la única Iglesia de Cristo. No tolera la Tradición, como volvió a declarar Bergoglio en términos inequívocos con ocasión de su viaje a Hungría: los rígidos, los indietristas deben ser considerados como afectados por una perturbación patológica y deben ser expulsados de la Iglesia. Poco importa si quedan en la calle, sin medios de subsistencia y sin alojamiento.

Pero en el maravilloso mundo de Santa Marta, los conventos y las casas religiosas son vendidas para hacer complejos turísticos o transformados en lucrativos centros de acogida que alimentan la invasión islámica de Europa y la sustitución étnica teorizada por los ideólogos del Nuevo Orden Mundial. O, más banalmente, sirven para compensar las indemnizaciones multimillonarias que las diócesis tienen que pagar a las víctimas de sus clérigos corruptos y el agujero financiero resultante de la desafectación de los fieles. Y mientras los escándalos y encubrimientos de la corte bergogliana han asestado el golpe de gracia a la reputación de la Santa Sede -que no pierde ocasión de confirmar su servilismo a la ideología anticristiana de la sinarquía globalista-, sólo queda sin arreglar una falta: la fidelidad a Cristo, a su doctrina inmutable, a su santa Ley y a su divina Liturgia. Hay una sola categoría social o grupo de fieles que ha merecido los dardos de Bergoglio. En estos diez años de “pontificado”, los ataques a los clérigos y religiosos fieles se han multiplicado en un crescendo escandaloso y sin precedentes, sin que el Episcopado haya reaccionado, gozando incluso de su aquiescencia sustancial o de su celosa colaboración. El rol de los obispos se reduce al de diligentes ejecutores de los diktats vaticanos, incluida la suspensión a divinis y la reducción al estado laical de los sacerdotes “culpables” de ser refractarios al nuevo rumbo.

En estos últimos años se han dirigido a mí en busca de ayuda y apoyo un número cada vez mayor de sacerdotes, seminaristas y jóvenes que se sienten llamados al servicio de Dios en fidelidad a la Tradición católica. Hasta ahora he tratado personalmente de satisfacer sus necesidades, tanto espirituales como materiales. Pero ha llegado el momento de organizar una red de apoyo y de resistencia para poner un freno a esta situación desastrosa. Esto es tanto más necesario en un momento en que los seminarios, desvirtuados en su disciplina y en su formación doctrinal, son receptáculos de corrupción y escuelas de herejía para los pocos que aún se atreven a aventurarse en ellos. A esto se añade el hecho de que los Institutos ex Ecclesia Dei no constituyen un puerto seguro frente a los reiterados ataques de quienes ejercen sobre ellos un poder de chantaje arbitrario e intolerable, hasta el punto de anular con Traditionis Custodes las garantías que se les dieron en 2007 con Summorum Pontificum. Se necesita, pues, una formación al sacerdocio sólida y sin compromisos, que sea autosuficiente para no tener que temer represalias vaticanas. Pero también es urgente un apoyo económico a los sacerdotes y a las comunidades religiosas tradicionales, porque sin medios su apostolado se ve gravemente comprometido. Estos sacerdotes y religiosos, que por ley de la Iglesia tienen derecho a un salario y a un lugar digno donde vivir, se encuentran privados de toda ayuda material de un día para otro, y algunos obispos se han atrevido incluso a prohibir a los laicos que les socorran en sus necesidades inmediatas, yendo en contra de los más elementales principios evangélicos de caridad. Esa caridad que Bergoglio utiliza como arma intimidatoria para imponer su voluntad no sólo a los que persigue, sino a cualquiera que se atreva siquiera a darles una comida caliente y una cama. Son bien conocidas las directivas de ostracismo total emitidas por el Vaticano contra los institutos religiosos intervenidos, peor que en los tiempos de supresión de las Órdenes religiosas bajo los gobiernos masónicos.

Pero sin buenos sacerdotes no hay nadie que celebre el Santo Sacrificio, administre los Sacramentos y predique oportuna e inoportunamente. Si este último baluarte espiritual fallara en el ataque de las tinieblas contra la Iglesia, deberíamos prepararnos para lo peor.

Frente a las ruinas acumuladas por la destrucción llevada a cabo por la secta conciliar esclava del Leviatán, se impone una acción clara mediante la cual se dé una señal inequívoca a quienes utilizan la autoridad y los medios de la Iglesia para construir la antiiglesia del Nuevo Orden Mundial. Muchos fieles, escandalizados por la traición de la Jerarquía, no quieren contribuir con sus ofrendas al sostenimiento de diócesis, fundaciones “pontificias” y organismos eclesiásticos cómplices de esta apostasía.

Es por eso que exhorto a todos los fieles de buena voluntad a que destinen su ayuda sólo a los que trabajan verdaderamente en la Viña del Señor, y no a los que la devastan. Cada uno podrá contribuir con lo que pueda, y es importante que la urgencia de este apoyo fraterno sea sentida en primer lugar por los sacerdotes y por los religiosos, quienes deberían tener en su corazón a muchos de sus hermanos que se encuentran en dificultades.

Por estas razones, así como en el ámbito civil hay grupos de ciudadanos y familias católicas que han decidido liberarse de la educación estatal corrupta e ideologizada, creando escuelas de padres e instituciones autónomas e independientes -tanto económica como culturalmente-, también en el ámbito religioso es necesario proveer para la creación de asociaciones de fieles que ayuden a los sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas tradicionales, poniéndolos al abrigo de las malversaciones y desviaciones doctrinales de la secta conciliar, permitiéndoles ante todo una vida digna y un mínimo sustento económico, la posibilidad de responder libremente a las indicaciones de su recta conciencia, y proporcionándoles también asistencia jurídica para impugnar ante los organismos competentes las medidas injustificadas y persecutorias tomadas contra ellos por las diócesis, las Órdenes religiosas y los dicasterios romanos.

En consecuencia, tengo el honor y el placer de comunicarles que se ha constituido con este fin, bajo mi patrocinio personal, la asociación civil Exsurge Domine, registrada en Roma y ya plenamente operativa.

Su Presidente es un laico que goza de mi plena confianza, mientras que en la Junta Directiva figuran también sacerdotes. Esta Asociación, según consta en sus Estatutos, tendrá como fin social “proporcionar asistencia, apoyo y ayuda material a clérigos, religiosos y laicos consagrados que se encuentren en condiciones económicas y logísticas particularmente difíciles; defender la Tradición inalterada e incorruptible de la Fe Católica; conservar y promover la Liturgia tradicional; incentivar el estudio y la profundización teológica y cultural del inmenso patrimonio religioso, histórico y artístico del Cristianismo; favorecer ocasiones de diálogo y encuentro entre las diversas asociaciones, experiencias o grupos que actúan en el ámbito de la Tradición Católica”. 

Exsurge Domine podrá convertirse más adelante en una Fundación, pero desde ahora funcionará a nivel internacional, comprometida en la asistencia a los religiosos perseguidos a causa de su fidelidad a la Tradición. Puede contribuir como patrocinador todo aquél que comparta estos fines y desee apoyar -según sus posibilidades- esta obra de misericordia hacia quienes, con generosidad y abnegación siguen viviendo y predicando la Verdad de Cristo, que es inmutable y que ningún Papa -verdadero o presunto- puede atreverse a manipular, adulterar o negar: no puede hacerlo, porque la Iglesia es de Cristo, no del Papa, y Cristo ha instituido a Pedro como su Vicario, no como sucesor autorizado para desvirtuarla y tiranizar a sus miembros.

Mi decisión de sostener y promover esta iniciativa quiere ser un primer paso de una acción más amplia en defensa del Magisterio católico, hoy seriamente amenazado por una Jerarquía que no duda en demoler la Iglesia de Cristo para complacer al mundo y sus instancias de destrucción y muerte.

En todo lo que ha ocurrido en todas partes podemos leer el mismo guión y la misma dirección. Los planes de la secta conciliar y las desviaciones doctrinales y morales de la Jerarquía a las que asistimos desde hace décadas no están motivados por los desafíos de los tiempos modernos, sino por la voluntad de destruir la Iglesia de Cristo, de dispersar a su grey, de condenar sus almas con la peste de la herejía, de la inmoralidad y del pecado. No estamos ante la inexperiencia o incapacidad de los Pastores para afrontar la modernidad, sino más bien ante la cooperación deliberada con el mal, usurpando el poder que Nuestro Señor les ha dado para la gloria de Dios, el honor de la Iglesia y la salvación eterna de las almas. Quien todavía hoy tolera esta traición de la autoridad se hace cómplice de ella, y deberá responder de ello ante la Majestad de Dios, quien derramó Su Sangre en la Cruz por cada uno de nosotros.

Por lo tanto, exhorto a los fieles católicos, pero también a mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas (que aún no están condenados al ostracismo) a sostener Exsurge Domine con la oración, el sacrificio, la penitencia y la caridad, la cual, como sabemos, cubre multitud de pecados (1Pe 4, 8). Que los que hoy todavía tienen el privilegio de tener una iglesia en la que celebrar como Dios manda, un púlpito desde el cual predicar la buena doctrina, un coro en el que elevar el laus perennis junto a sus hermanos, piensen que mañana podrían correr la misma suerte que tantos sacerdotes “suprimidos”, a no ser que ellos también quieran apostatar.

Es necesario que cada sacerdote disponga de lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas (alojamiento y comida, servicios, viajes) y, más aún, las exigencias relacionadas con el desempeño de su ministerio. No menos importante es la recaudación de fondos para la formación de las numerosas vocaciones que piden crecer y formarse según la Tradición.

Y si la Providencia ha concedido a algunos ser administradores de Sus bienes, estas riquezas pueden y deben usarse como Nuestro Señor desea. Los que tienen medios, conscientes del precepto evangélico, deben recordar que a los que más tienen el Señor más les pide.

Por nuestra parte, hemos pasado inmediatamente a la acción con un primer proyecto urgente, a saber, la construcción de un Monasterio para las Monjas Benedictinas de Pienza, perseguidas por la Santa Sede y el nuevo Obispo, por considerarlas cercanas a la Tradición (aquí, aquí y aquí). Ya nos han ofrecido un terreno y un edificio que necesita trabajos importantes de reestructuración y adaptación. Los costes de estas obras, que comenzaron el pasado 8 de mayo en la fiesta de la Aparición del Arcángel San Miguel y de Nuestra Señora del Rosario de Pompei, se cuantifican en el orden de 1,5 millón de euros. Puede parecer una grande suma, pero si cada uno hace su aporte no será imposible hacerle frente.

Si miramos alrededor de nuestras ciudades todavía vemos las iglesias, los conventos, los colegios, los hospitales y los hospicios erigidos con las ofrendas de todos los cristianos, cada uno según los medios que la Providencia le ha concedido. Intentemos dejar, en el desierto de ruinas de este mundo decadente y rebelde, el signo de una visión cristiana de la sociedad, para que la posteridad reconozca que también en el momento de mayor oscuridad el pueblo de Dios hizo su aporte, no se dejó desanimar, siguió construyendo precisamente allí donde otros habían destruido.

Por eso dirijo mi llamamiento cordial para que cada uno se sienta llamado a participar en esta iniciativa y a donar su generosa contribución, para que este primer proyecto -y los que seguirán- constituyan una respuesta adecuada y eficaz a las tribulaciones de estos tiempos, a la protección y a la transmisión de la fe católica, intacta tal como nos la ha confiado el Salvador.

Se han abierto dos cuentas corrientes en Italia:

Banco: Banca di Credito Cooperativo di Roma – Via Sabotino 612, Roma

Titular de la cuenta: Associazione Exsurge Domine

IBAN: IT19I0832703399000000026930

SWIFT/BIC: ICRAITRRROM

Banco: Poste Italiane Spa – Piazza Matteotti 37, Siena

Titular de la cuenta: Associazione Exsurge Domine

IBAN: IT31V0760114200001065628511

SWIFT/BIC: BPPIITRRXXX

Dirección web: www.exsurgedomine.it

En este espíritu de verdadera fraternidad cristiana y de renovada unidad en el vínculo de la Fe, la Esperanza y la Caridad, podemos dar un ejemplo edificante a nuestros hermanos perseguidos, una advertencia a los pastores infieles y una esperanza a nuestros hijos. Porque sólo serán los sacerdotes santos, fieles al Evangelio y enamorados de Cristo los que reconstruirán mañana, pero ya desde hoy, lo que durante demasiado tiempo hemos dejado que se demoliera.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

 

28 de mayo de 2023
Dominica Pentecostes

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